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A Dios rogando y con el palo dando», tal pudo ser el lema de nuestros píos educadores de mano larga y estopa a tutiplén. Su pedagogía se fundamentaba en la memorización: largas listas de provincias y capitales, ríos y montañas; fórmulas, leyes y teoremas. Memoria, ... fe y sumisión gregaria a la autoridad: lo dijo Blas, punto redondo.
Sobre la palpitante vida más allá del recinto escolar, nada que hablar. ¿La visión de la historia? Determinista, como si en el curso de los siglos no hubiera habido otras posibilidades. ¿Las artes? Meros esquemas sin alma (gótico, barroco, neoclásico; rima asonante o consonante; dibujo a regla y cartabón). En cuanto a los temas que nos inquietaban a los adolescentes, como la sexualidad, ni mu. En Ciencias Naturales, la lección 17 trataba sobre 'El sistema reproductor'. Pues bien, llegado el momento, el religioso de turno anunció glacialmente: «Y acabada la 16, pasamos a la siguiente... Lección 18».
Pero en ese erial había algunas flores. La principal, un profesor de Lengua, Literatura e Historia que prendió en nosotros la chispa de la sensibilidad y de la curiosidad. Hombre elegante, irónico, escéptico, tolerante, siempre con un comentario grato o divertido en los labios, creo que jamás dio un pescozón, pero sí infinidad de recomendaciones de libros, películas, obras de teatro, con el valor que ello tenía en la época de 'la apertura', la Transición, al levantarse censuras y prohibiciones.
Hacía atractivo el aprendizaje de la historia veteándola con anécdotas y descripciones que nos ilustraban sobre la debilidad de los poderosos y la contingencia de los asuntos humanos. Difícil de olvidar cómo nos explicó el final de la dinastía de los Austria y, con ello, el estallido de la Guerra de Sucesión, a través de la patética figura de Carlos II el Hechizado, al que montaron un 'ménage à trois' con su esposa y un santo momificado a ver si fecundaba un príncipe. Pero ni por esas.
Luego de que me expulsaran, disfruté de su amistad fuera de las aulas: en torno a un té me hablaba de sus últimas lecturas, o de los años universitarios en la Complutense de un Madrid agitado por las revueltas estudiantiles. Siempre fiel a su Pasajes natal, llevaba vida de soltero individualista y exquisito a la vez que austero.
Don Diego Moreno, a quien recordamos como un cisne en medio de un estanque de gansos, emprendió su último viaje la pasada Nochebuena ligero de equipaje, como Machado, dejando prendida en nosotros la flor de sus lecciones. Gracias, profesor.
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