Inauguramos nuestra Quincena Musical con la Filarmónica de Luxemburgo interpretando la 'Quinta' de Mahler. La cerramos mañana con la de Radio France y dos piezas no menos significativas en su programa, el 'Preludio a la siesta de un fauno', de Debussy, y 'El pájaro de ... fuego', de Stravinski. ¿Por qué significativas? Porque ese inicio y ese final parecen rendir un tácito homenaje a Thomas Mann en el año que celebramos el centenario de su obra mayor, 'La montaña mágica'.
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A un lado de esa cumbre narrativa, la banda sonora para la versión cinematográfica de 'Muerte en Venecia' –la 'Quinta' de Mahler–. Al otro, el culto de Mann hacia la música, entendida como el vector esencial de la historia de la cultura, desde su fascinación por Wagner hasta su comunión con Stravinski. A medio camino, su vida secreta, la del fauno que ocultaba una homosexualidad torturante y nunca satisfecha, a la manera de aquel Gustav von Aschenbach perdidamente enamorado del joven Tadzio en una playa de Venecia.
«Concibo la novela como una especie de sinfonía, como una construcción musical», escribió el autor de 'Doctor Fausto'. El diabolismo musicológico de su protagonista resuena en toda su obra. ¿Quién es ese joven Hanno Buddenbrock que improvisa fantasías wagnerianas al piano mientras escucha una voz que lo lleva hacia la muerte? Es el mismo Aschenbach, trasunto de Mahler en 'Muerte en Venecia', fascinado por la belleza que le destruirá, no por la vía de la tragedia, como elucubran los que se limitan a la versión de Visconti, sino desde la más cruel, la de la autoparodia.
¿Parodia de qué? De su búsqueda de la maestría desde la vanidad de lo visible. La obra maestra no nace por generación espontánea, viene a confesarnos Mann, retratándose implacablemente en su personaje. En ocasiones, sus manantiales pueden ser ridículos, patéticos, inconfesables. Un amor prohibido por un adolescente, una sexualidad reprimida, un conflicto interior. 'Selbstverneinung', la negación de sí mismo.
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Ese fue el drama oculto de aquel Mann a quien sus hijos llamaban 'El mago', y Bertolt Brecht 'El cuello almidonado'. Entre la magia creativa y el rigor extremo, un punto de colapso. Descubrir que la belleza puede tener orígenes bien sórdidos.
Lo entenderemos mejor mañana, en la clausura de la Quincena, cuando se abracen el fauno y el pájaro de fuego. Los dos ardían dentro de aquel Mann, para quien el hombre sólo llega a ser quien es cuando aprende a orquestar su laberinto de contradicciones.
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