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San Ignacio de los Vascos. Así se sigue conociendo en Madrid una de sus iglesias más peculiares, emplazada en el Barrio de las Letras, sobre el solar que ocupó el Colegio de los Ingleses. Hoy, sobre sus muros ciegos, una sucesión de impactos cromáticos a ... modo de vidrieras.
Serie 'Hábitos', un viaje al silencio contenido en el mundo secreto de las Clarisas de Tolosa. Detrás, un capítulo más del programa cultural de la Delegación en Corte de la Bascongada. Ante las obras, su autora, Elena Arrese. Formada en el taller de Matxin Labayen. Quizá más ante la paleta de Georges Rouault, el fauvista que pintaba prostitutas y pierrots con la misma crudeza emocional plasmada en sus rostros de Cristo, siempre mirando de frente al espectador. ¿Para decirnos qué?
Me lo pregunto ante otra sucesión de pinturas, las que van emergiendo de los muros de la parroquia de la Asunción, en Beasain. Pleno Renacimiento. Un artista navarro, Juan Pérez de Landa, híbrida escenas de la Pasión con figuras mitológicas. Una iglesia que desencala sus muros para recuperar un mensaje iconográfico perdido, cinco siglos atrás. Otra que ofrece los suyos a un programa atrevidamente contemporáneo. Más allá de las creencias, una iniciación en el viejo aprendizaje de la contemplación.
Rouault se preguntaba si era posible una espiritualidad laica. Quizá tenga que ver con este aprendizaje de la inmovilidad. Meditativa, silenciosa, misteriosa. Como una plegaria existencial. En la Asunción de Beasain, grisallas que sugieren relieves en claroscuro. En la retina de Elena, oros bizantinos, verdes crudos, azules densos, violetas litúrgicos. Bruscos contrastes de tonos y texturas, pinceladas cargadas de fuerza. También de emoción. Expresionismo sin rostros. Elocuencia sin palabras.
Me sucedió en Senanque, las más pobre de las abadías provenzales. Muros desnudos, consubstancialidad de la piedra y el espacio. Una cuestión de 'Hábitos'. Los nuestros se enmarcan dentro de otra comunidad religiosa. Culto tridentino a la innovación, mística de los mundos virtuales.
En Senanque, campos de lavanda bajo el sol. Al caer la tarde, dentro de la abadía, ese silencio mineral y, de pronto, la resonancia del canto gregoriano. En su baserri de Altzo, donde pinta Elena, un campo de manzanos, un viejo nogal, un pesebre. Pincelada sobre pincelada, la música de la pintura como una sucesión de escalas al piano. Pintar, vivir, ver y callar. Epifanías existenciales. Hábitos que desnudan el alma que nos habita.
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