Tal día como ayer, hace trescientos años, nacía un filósofo de hábitos tan discretos como su peluca, llamado a generar una revolución a partir de un simple gesto. Se tomó su tiempo: cincuenta y siete años meditando hasta que publicó ese primer libro que lo ... cambiaría todo, 'Crítica de la razón pura', al que seguiría otra crítica, la de la razón práctica, y una más, la de nuestra manera de juzgar.
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Esa palabra hasta entonces inusual –crítica– y la actitud que comporta, ese gesto crítico proyectado sobre la sacrosanta razón, venían cargadas de dinamita. En pleno Siglo de las Luces, un hombre que se atreve a preguntarse algo tan sencillo, tan complejo y tan explosivo como esto: Pura o práctica, ¿tiene la razón siempre razón?
La bofetada a Leibniz, al optimismo racionalista y a sus soberbios dogmatismos, fue memorable. A partir de Kant la filosofía se asocia justo con eso: una actitud crítica, que primero es autocrítica. Y algo más: la razón no basta para explicarlo todo, de la misma manera que tampoco se pueden trasladar los avances de la ciencia a eso que definía como «formas a priori de nuestra sensibilidad» no derivadas de nuestra experiencia. Como el espacio y el tiempo. O como ese nebuloso más allá donde se inserta la idea de Dios.
Llevando la metafísica a la razón y sus costumbres es como si nos dijera: más allá de los límites sigue habiendo límites. Y ahí empieza el desafío, un desafío apasionante. Aceptar que el pensamiento no se reduce al conocimiento racional y que más allá se abre el vasto territorio de lo que debemos hablar, precisamente porque es aquello que no podemos saber.
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«Tuve, pues, que abolir el conocimiento para dar lugar a la creencia», escribe aquel Emanuel que cambió su nombre por Immanuel tras estudiar hebreo. Se refiere a sus indagaciones metafísicas. Si creer es esperar, y esperamos lo que desconocemos, entonces sólo «no sabiendo» qué es Dios podemos creer en él. Una buena razón para creer: nunca se sabe.
Llevemos su silogismo a nuestro convulso más acá. Puesto que desconocemos quiénes somos hasta que nos atrevemos a pensarnos, ¿qué tarea más apremiante sino la de comenzar a hacerlo libre y críticamente? El terror de los sectarios, atrincherados en su muralla de consignas.
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Qué actual aquel Kant que se atrevió a recodarnos que pensar no es elegir un bando, sino ser crítico y autocrítico. ¿Para llegar a qué? Tal vez a una certeza paradójica: a fin de cuentas, lo incomprensible es que el mundo siga siendo comprensible.
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