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Aunque sentar a la mesa de Navidad al mítico 'Prophète du Malheur', como se conoció a Nostradamus, comporte algo parecido a brindar con el Príncipe de las Tinieblas, lo cierto es que la pervivencia de sus vaticinios denota una inquietante resiliencia cultural. Seguimos necesitando mitigar ... el caos amarrándonos a un relato de certezas, por más catastróficas que se pinten. Lo hacen todos los think-tanks, IA incluida, y no yerran menos que aquel boticario del XVI que vaticinó el fin del mundo para 1999 y la venida del Anticristo en 2023.
A decir verdad, acertaron más los guionistas de Los Simpsons. Dentro de su línea de humor visionario, en el año 2000 vaticinaron el ascenso a la presidencia de Donald Trump, algo no menos apocalíptico, como la canonización de la muñeca Barbie, y hasta la conjetura del Bosón de Higgs por parte de Homer Simpson, catorce años antes de que los científicos probaran su existencia.
Volvamos con Nostradamus. ¿Qué predice para 2024? Las calamidades de repertorio: más desastres climáticos, más hambrunas, más pandemias. Hasta la muerte del Papa y su relevo por otro de «piel sombría», lo que ha llevado a conjeturar un futuro pontífice africano.
Dado su carácter nebuloso, los márgenes de interpretación en Nostradamus son infinitos. Un ejemplo. También predice el destronamiento de un «rey de las islas» y la ascensión de «uno que no llevará la marca del trono». Los arúspices interpretan esta cuarteta como la caída de Carlos III de Inglaterra y su relevo, no por el príncipe heredero, William, sino por su hermano, Harry, alias 'Spare' –en la sombra–.
Probemos a desplazar el augurio. ¿Y si Nostradamus estuviera vaticinando la deposición del lendakari Urkullu y su relevo, no por su delfín, Imanol Pradales, sino por otro que no lleva la marca del trono, como el candidato de Bildu, Pello Otxandiano?
Ironías al margen, lo evidente en el psicopático universo de los vaticinios es que Aristóteles estaba equivocado. Hoy sabemos que el observador influye en su campo de observación: siempre intenta imponer un plan, un orden, sobre una realidad que reproduce las limitaciones de su mente.
¿Qué hacer entonces? «Bricoler dans l'incurable», aconsejaba Cioran. Es decir, absorber todos los venenos de nuestro tiempo, asomarse al borde del abismo, allá donde impera el Principio de Incertidumbre, y descubrir qué. Esa porción del enigma infinito que observa el ratón desde su agujero, mientras se pregunta quién demonios se comió su queso.
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