Urgente Las 10 noticias clave de la jornada

Mochila al hombro, de desierto en desierto bajo un sol bíblico, veníamos de visitar el Krak de los Caballeros y esa noche dormiríamos en Damasco. A las puertas de la mezquita de los Omeyas, allá donde se espera la segunda venida de Cristo para anunciar ... el Juicio Final, parecía anticiparla un vociferante tumulto festivo. ¿Qué celebraban? La aparición de un comando muyahidín que, entre ráfagas de kalashnikov al aire, repartía puñados de copias de un folleto presidido por la palabra 'entusiasmo' –Hamás en árabe–.

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Explica meridianamente la masacre perpetrada por sus terroristas, los que salieron de Gaza sin otra intención que cumplir al pie de la letra lo que prometía aquel folleto, hoy conocido como el Pacto de Hamás. Lo promulgaron ese año, 1988. Hoy nadie lo recuerda.

¿Qué anunciaba? De entrada, la negación de cualquier solución negociada, el rechazo al plan de los dos Estados, la destrucción de Israel como prioridad y la Yihad como única respuesta. No se presentaba como un movimiento de liberación, sino como el heredero del islamismo supremacista predicado por el gran mufti de Jerusalén, Amin al Husseini, el que pactó con Hitler una división musulmana de las Wafen SS con el mismo objetivo: el genocidio judío por todos los medios.

Lo más delirante de la Carta parecería un sarcasmo si no se hubiera vuelto amargamente dramático tras su última carnicería. En su artículo 31 describe a Hamás como «un movimiento humanitario que protege los derechos humanos». Queda claro de qué manera. Lo que nunca entenderemos es cómo la población civil de Gaza volvió la espalda a la Autoridad Nacional Palestina otorgando todo el poder a un ejército de carniceros de los que ha acabado convirtiéndose en su víctima preferente.

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Sólo cabe una respuesta. La masacre de aquel sábado no remite a una dialéctica civilización-barbarie, sino a un choque de culturas. Y, dentro de una de ellas, a otro choque: frente al Islam sunita, moderado y pactista, la creciente del Islam chiíta, radical y apocalíptico. El de los Hermanos Musulmanes, el de Al-Qaeda, el de Hezboláh, todos a la sombra de Irán.

Aquella noche en Damasco, yo –el de la foto ahí arriba– me hice otra con aquellos muyahidines. Hoy hubiera sido uno de los doscientos ingenuos degollados a sangre fría por los sicarios del Mein Kampf islámico mientras celebraban un festival por la paz en el desierto.

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Tiempo de palomas muertas. Ya ni siquiera vuelan los halcones. Sólo los misiles. Y los malditos perros de la guerra.

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