Cuando el ruido amenaza convertir este país en un mural digno de las Pinturas Negras, me administro exilios voluntarios como el que llevó a su autor hasta Burdeos, la ciudad donde rindió su alma, un abril de 1828. No me interesa el vino, sólo una ... cabeza: precisamente la de Goya. Y el misterio que sigue latente dos siglos después de su desaparición.
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La historia comienza en 1880, casi sesenta años después de la muerte de nuestro pintor más universal. El cónsul español en Burdeos se acerca al cementerio de la Grande Chartreuse con la intención de visitar la tumba de su esposa. Descubre por azar un mausoleo ruinoso con los nombres de Francisco de Goya y su consuegro, Martín de Goicoechea. Medio siglo de incuria nacional sin interesarse por su paradero. El cónsul comunica el hallazgo, demoran ocho años en abrir el sepulcro, encuentran dos ataúdes sin identificar. El inferior sólo puede ser el de Goicoechea, que falleció antes. El superior, el de Goya, presenta una tétrica particularidad: le falta la cabeza. El cónsul remite un telegrama a Madrid. El Gobierno responde: «Traiga a Goya, con o sin cabeza».
A partir de aquí, cien preguntas y otras tantas conjeturas. Toda una novela. ¿Quién arrebató a Goya su cabeza? Entra en escena un frenólogo, Jules Lafargue, amigo de Goya. También otro pintor, Dionisio Fierros. Cuarenta años antes de que se exhumara su cadáver decapitado, Fierros pinta una calavera en cuya parte posterior se lee 'Cráneo de Goya'. Se suma una declaración, la de su albacea: Goya habría solicitado que, tras su muerte, le cortaran la cabeza y la enterraran en Madrid, junto al pie derecho de la duquesa de Alba.
¿Literatura fantástica? Aguarden a leer lo que sigue. En 2020 se descubre otro ataúd peregrino, el de Montaigne, en los sótanos del Museo de Aquitania, también en Burdeos. Junto a su osamenta, un cráneo más... con muchas posibilidades de ser el de Goya. Se prometen unas pruebas de ADN, comparando el de ese cráneo con los restos de Goya que se preservan en la ermita madrileña de San Antonio de la Florida. Cuatro años después seguimos a la espera de una respuesta.
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Cuando se recluyó en la Quinta del Sordo la maledicencia nacional imputó a Goya haber perdido la cabeza. El plomo de sus pinturas como inductor de una esquizofrenia paranoide. También hoy respiramos plomo en la España Negra que nos sobrecoge, la de la 'Pelea a garrotazos'. En ausencia de genios se diría que a este país, más que faltarle, le sobran todas sus cabezas.
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