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Más allá de la cuestión de fondo, la instrumentalización política del debate animalista, hoy a cuenta de la decisión de cancelar el Premio Nacional de Tauromaquia por parte del ministro de Cultura, permítanme que suba a esta columna dos noticias que suelen pasar desapercibidas. La ... primera remite a una insólita historia de amor entre un animal salvaje, un pingüino, y un anciano brasileño. La segunda, a un descubrimiento científico que trasciende lo que sabíamos acerca de la inteligencia adaptativa de los grandes simios, abriendo un debate fascinante acerca de cuál pudo ser el origen de las medicinas naturales entre nuestros antepasados.
La historia del anciano y el pingüino dio la vuelta al mundo en 2016. Había llegado a una playa de Brasil cubierto de alquitrán, el anciano lo limpió, lo curó y lo lanzó al mar. En 2022, el pingüino seguía regresando periódicamente, desde los hielos australes a Brasil, para pasar unos días con su benefactor. Pues bien, por esas mismas fechas, ahora en las selvas de Indonesia, una bióloga cognitva y primatóloga del Instituto Max Plank certificaba un descubrimiento que ha conmocionado a la comunidad científica, y del que da cuenta el último número de National Geographic.
Un orangután de Sumatra había conseguido curar una herida profunda en su mejilla, aplicándose una terapia natural. Primero, buscaba una planta de probadas propiedades antibacterianas y se la comía. Podía ser casual, pero lo siguiente no. Rakus, que así se llama el orangután, masticaba las hojas sin tragarlas, llevaba el jugo a su mano, y lo extendía sobre su herida. Finalmente, «aplicó la hoja sobre la zona, como si fuera una cataplasma». Al cabo de un mes, estaba curado.
Se conocían episodios previos –Jane Godall documentó la presencia de hojas terapéuticas en las heces de los chimpancés de Tanzania–, pero éste muestra un pattern de conocimiento y aprendizaje que revoluciona lo que ya sabíamos de la inteligencia animal. Verdaderamente, da mucho que pensar.
¿Podemos considerarnos superiores sólo porque somos más inteligentes? Basta proyectar una mirada, de Ucrania a Gaza. En 'Los viajes de Gulliver', Swift parodia la necedad humana, su violencia, su crueldad, comparándola con la de una comunidad de caballos algo más que racionales, los Yahoos. Ciertamente, en el mundo actual no es difícil sentirse un pingüino entre caníbales. Tal vez haya más orangutanes sabios en la selva de Sumatra, que en aquella a la que se asoman los telediarios.
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