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El título valdría para glosar las desventuras de Kate Middleton, pero la protagonista estelar de esta película es la misma Emma Stone que deslumbró en 'La Favorita' a las órdenes del mismo realizador, uno de los más exuberantes de nuestro tiempo, quizá también el más ... disruptivo: Yorgos Lanthimos. Sobre un texto de Alasdair Gray, el William Blake de Glasgow, un concierto barroco en forma de cuento de hadas tan filosófico como amoral. Todo un homenaje a los escritores steampump del XIX, desde Mary Shelley a Stevenson. Y sobremanera, una revisión de la condición femenina entreverada con una sátira salvaje.
Nos desplazamos a la Inglaterra victoriana. Una joven embarazada que acaba de suicidarse, Bella –Emma Stone– es reanimada por un científico loco que trasplanta el cerebro de su criatura al de su madre muerta. El sacrilegio prometeico perpetrado por el doctor Godwin –Willem Defoe– afecta a lo medular de nuestro tiempo. El cerebro del hijo reemplaza al de la madre y un cuerpo adulto vuelve a la vida con la mente de un niño.
Se trastornan los límites entre lo innato y lo adquirido. Vida y muerte se abrazan en un solo ser. Y en todo lo que va experimentando, una vez que emprende la fuga guiada por un seductor que se pretende perverso y se queda en irrisorio. Bella, un alma pura, descubre simultáneamente el erotismo y la libertad sin sujetarse a las convenciones románticas, menos aún a las del naciente feminismo, el de las primeras sufragistas.
Si la película roza el delirio, la camisa de fuerza del cine al uso revienta por todas sus costuras. Lanthimos, maestro de la disonancia, cruza sus imágenes dislocadas con una banda sonora en la que las falsas notas melódicas se alternan con las visuales. La fantasmagoría se abre a la distopía, las preguntas no cesan. Todo se cuestiona. La autoridad, humana o divina, los abismos del placer, también los del horror.
No fue menor el escándalo cuando Fritz Lang presentó a su Eva Futura como un despiadado androide, en 'Metrópolis'. Un siglo después Lanthimos levanta la suya como una suerte de andrógino –cuerpo de mujer, cerebro de niño– tanto más aterrador, pues ignora la hipocresía social y actúa en consecuencia.
Estética gótica, flagrante provocación posmoderna. El abominable y nada discreto encanto de la burguesía sigue latente en la nueva sociedad victoriana y sus infinitas correcciones. ¿Qué nos salva? Bella y la sobrecogedora belleza de su insubordinación. Las pobres criaturas somos nosotros.
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