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Dos relatos, uno a cada lado del nuevo Telón de Acero. Dos Pietás performativas que nos hablan de sacrificio, inmolación y redención. Iconografía religiosa en estado puro, para recordarnos que el devenir político incluye una milenaria dimensión sacramental. También una erótica. Vayamos con esas Pietás.
La primera la esculpen dos mujeres al pie de una cruz de hielo. La de la prisión Lobo Polar, donde se consumó una muerte anunciada, la del líder opositor ruso Alexander Navalny. A un lado, su viuda, la bella Yulia. Frente a ella, su mater dolorosa, Ludmila Navalnaya. Eros y Tánatos.
Segunda Pietá, ésta a las puertas de la prisión de Belmarsh, donde Julian Assange, el fundador de Wikeleaks, espera –si no se ha consumado ya– la orden de extradición que le llevará a EE UU. Otra mujer, su esposa, implora clemencia: el delicado estado mental de Assange podría llevarle al suicidio si se ve sometido en el sistema carcelario estadounidense. Palabras textuales: «podría ser el próximo Navalny».
Dos hombres que se inmolan por una causa. Navalny frente a una dictadura encubierta. Assange frente a una democracia que carga sobre su conciencia el asesinato de miles de civiles a sangre fría, en Irak y Afganistán. Sacrificio voluntario en el primer caso, involuntario en el segundo. Pero el sacrificio remite a una misma sustancia –«is a simple word», una palabra sencilla, como cantaba Elton John–. Sólo cambian las formas.
Un romántico alemán, Novalis, habla del sentido del sacrificio, en tiempos del Terror: «¿No debería nacer de nuevo en Europa una multitud de espíritus verdaderamente santos?». Responde Bataille: «Los hombres de la muerte religiosa poseían la virtud de convertir la muerte en fuego».
Santos mártires laicos, hombres de fuego. Es así como el siglo XXI actualiza los viejos mitos sacrificiales, ante la emergencia ubicua de los nuevos Leviatanes. Poco importa que hoy lugares sagrados de inmolación, como Auschwitz, se hayan convertido en parques temáticos.
En 'La ruina de Kasch', Roberto Calasso nos recuerda que todo sacrificio es doble, el de quien se inmola y el nuestro: «cada uno somos los dos pájaros del Upanishad en la misma rama del árbol cósmico. Uno come, otro mira al que come». ¿Quién muere con Navalny? ¿Quién es cargado de cadenas con Assange? Tú, yo, todos nosotros. Con una salvedad: la religión predica una fe ciega en lo omnipotente. En política lo omnipotente ciega, pero carece de verdadera fe. Sólo se salva quien se salva a sí mismo.
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