500 años del Pacífico
EL OFICIO DE VIVIR ·
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La mar sigue abierta en canal para la esperanza o la muerte de los que nada tienen ya que perderNo es que antes no existiera, claro, sino que fue a partir de entonces cuando la mayor cuenca oceánica del globo empezó a conocerse. Lo nominaron como 'Pacífico' porque recibió con talante bonancible a los tres barcos supervivientes de la expedición de Magallanes y Elcano ... que aquel 28 de noviembre de 1.520 superaron el estrecho patagónico.
No habían faltado calamidades desde su zarpa catorce meses antes del puerto de Sanlúcar de Barrameda: naufragios, motines y deserciones, tempestades y copiosas nevadas australes. Pero ahora se consolaban pensando que, una vez superada la muralla de tierra (el continente americano), en unas pocas singladuras alcanzarían su meta: las islas de las Especias, las Molucas. Ignoraban que la circunferencia de la Tierra era muy superior a lo hasta entonces calculado, ni que se estaban adentrando en una colosal masa de agua extendida sobre más de un tercio de la corteza.
Durante quince semanas navegarían sin tocar suelo ni, por tanto, poder avituallarse. Fueron agotando hasta la última porción de bizcocho, el pan marinero, ya para entonces reducido a «polvo mezclado con gusanos que se habían comido lo mejor −según relata Pigafetta en su crónica−, y lo que quedaba apestaba a orines de rata». Ratas codiciadas como manjares en comparación con el serrín o la piel de buey del palo mayor con que se combatía a bordo la furiosa carpanta. Mientras, el escorbuto hizo estragos. De aquella circunnavegación de tres años y 80.000 km., entre el Atlántico, el Pacífico, el Índico y otra vez el Atlántico, solo regresarían dieciocho de los 240 que partieron.
Aun sin minimizar lo que tuvo de epopeya que contribuyó a la apertura y comprensión global del planeta, de tierras y de mares, acabando con mitos y leyendas, es conveniente ajustar el tono al tratar sobre sus protagonistas. Ni intrépidos aventureros ni temerarios con sed de gloria, como tantas veces se les ha dibujado, sino gentes de vida astillada en su mayoría, desheredados huyendo de la miseria o de la cárcel, sin horizonte, reclutados por la fuerza algunos y otros (como el propio Elcano posiblemente) arriesgando por saldar deudas con la justicia. Una apuesta a todo o nada, con mayor seguridad esto último. Su despedida al zarpar valía lo que la literalidad de la palabra adiós: previsiblemente no volverían a verse sino reunidos en el seno divino. 'A-Dios'.
Han pasado quinientos años, y la mar sigue hoy abierta en canal para la esperanza o la muerte de los que apenas nada tienen ya que perder.
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