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En un diario partidario de la unión de la izquierda fueron examinadas cinco claves que a su juicio podían servir para garantizar el éxito de las incorporaciones a Sumar. Una tras otra, las cinco apuntaban a las distintas variantes que respondían a los intereses de ... los grupos concurrentes, siempre en términos cuantitativos. Ni una palabra sobre las posibles coincidencias o incompatibilidades entre lo que los mismos han planteado o realizado hasta ahora, ni sobre su visión del futuro. Claro que tampoco Yolanda Díaz ha aclarado nada, después del exabrupto inicial de que iban a vencer a la España negra encabezada por Feijóo. Sabe ella, sabe Unidas Podemos (UP) y sabemos todos que una fusión de esos componentes heterogéneos en Sumar es una precondición para lograr un buen resultado electoral y, de paso, intentar el salvamento de la nave en peligro capitaneada por Sánchez. Solo que eso no es todo.
El problema capital reside en que la trayectoria de Yolanda Díaz, lo que explica su impacto sobre los electores, difiere sustancialmente de lo que ha representado y anuncia Podemos de cara al futuro, una vez que las elecciones del 28 de mayo fueron un veredicto inapelable de su fracaso. Y no ha sido solo una cuestión de torpezas individuales, que se acumularon en el comportamiento de sus dirigentes, sino que ha estallado la bomba de relojería que UP tenía desde sus orígenes en el interior.
Podemos fue el producto de una minoría activa, que se articuló en torno a un reducido núcleo -la troika Pablo Iglesias, Monedero, Errejón-, portador de las frustraciones del PCE y de las ilusiones nacidas con los movimientos antiimperialistas de principios de siglo, desde la antiglobalización (Iglesias) al chavismo (Monedero). En el cóctel entrarán otros ingredientes, del Gramsci más Perón de Laclau (Errejón) al Movimiento 5 Estrellas italiano, pero lo importante es que encontraron una espléndida estructura de oportunidad en la ola de malestar que siguió al 15-M. De ahí pudo surgir un impulso de superación de la democracia representativa, la exigencia de lograr soluciones para necesidades sociales radicalmente insatisfechas -política de género- y el señuelo del mundo dado la vuelta que Iglesias canalizó con su liderazgo personal y desde su leninismo de fondo.
Todo funcionó hasta que el movimiento vio frenada su marcha ascendente y despuntó la tensión entre las aspiraciones realizables y el sectarismo de los principios, mantenido por los dirigentes, bien visible en el último episodio del 'solo sí es sí'. Ello además enlazó con la contradicción entre el pluralismo alcanzado en la implantación de UP y la dirección centralizada impuesta por Pablo Iglesias, sostenida por sus herederas con él como 'imán oculto' que ve y dirige todo desde la sombra.
Su irritación ante Yolanda Díaz es, pues, explicable, en la medida que la política gallega, desde su actuación como ministra de Trabajo, enlaza con una tradición comunista, la de Comisiones Obreras y del PCE en la transición a la democracia, radicalmente distinta del legado de Anguita de afirmación de los principios a costa de negar lo existente (aunque Yolanda ha sido fan de Anguita). Con éxitos menos espectaculares que los proclamados, la ejecutoria de Yolanda Díaz permite pensar hoy en una respuesta a una coyuntura económica difícil desde una atención preferente a los grupos sociales desfavorecidos, y de cambio en las relaciones de poder social, sin por ello quebrar los equilibrios del sistema. En suma, la principal amenaza para la victoria del PP de cara a las elecciones y de paso, una bendición con reservas para Sánchez.
El camino puede ser de rosas, pero conviene recordar que Yolanda Díaz lleva consigo su propia carga de espinas, sobre todo el desfase entre lo que se deduce de su praxis política y un discurso que casi siempre opta por la siembra de ilusiones y el dualismo primario al criticar a la derecha. Escritas estas líneas antes de que se resuelva el entuerto de la fusión de Podemos, la debilidad orgánica de Sumar, lógicamente subrayada por Pablo Iglesias, puede llevar a un puzle ideológico y de personas, donde la renovación quede diluida. Sumar ya tiene en su interior componentes tan siniestros como el riguroso y practicante marxismo-leninismo del secretario general del PCE, Enrique Santiago, como para tolerar en su seno más dosis antisistémicas.
Y está la estrategia definida por Pedro Sánchez de cara a las elecciones, desde un maniqueísmo puro y duro, como victoria de su «España mejor» -de nuevo con ERC y Bildu 'españolizados' a efectos de alianza-, para aplastar a la «peor derecha» que ni siquiera alcanza el rango de antiEspaña. Sánchez se ha plantado tras la derrota del 28-M como aspirante a ejercer un dominio absoluto sobre el sistema político. Así las cosas, Sumar sería solo una coartada útil. Voces amigas le van sugiriendo al líder socialista que tiene bazas menos agresivas para competir con éxito.
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