
Las armas de la genuina política
ROBERTO R. ARAMAYO
PROFESOR DE INVESTIGACIÓN EN EL INSTITUTO DE FILOSOFÍA DEL CSIC
Lunes, 30 de diciembre 2019, 06:52
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ROBERTO R. ARAMAYO
PROFESOR DE INVESTIGACIÓN EN EL INSTITUTO DE FILOSOFÍA DEL CSIC
Lunes, 30 de diciembre 2019, 06:52
Nuestro entramado político presenta síntomas de una preocupante patología. Se relegan los argumentos bien construidos y la deliberación pausada, para dar paso a mutables y ... efímeros eslóganes que normalmente sólo sirven para descalificar al adversario político, sin tender a replantear y solventar los auténticos problemas de la ciudadanía. Los telegramas cibernéticos del actual presidente norteamericano, Donald Trump, son un paradigma de lo que aquí se apunta, pero desafortunadamente parecen proliferar por doquier los aprendices de brujo.
Asistimos atónicos a las continuas descalificaciones mutuas que se cruzan entre sí los partidos políticos, poco antes de que algún vuelco electoral modifique sus estrategias e intereses y les imponga negociar con aquellos que hasta la víspera eran el peor de los enemigos imaginables. No parece haber excepciones a esta regla que se diría inspirada por los principios de Groucho Marx y son tan mudables como los partes metereológicos determinados por el cambio climático.
En este copioso y socorrido arsenal de improperios parecen haber hecho fortuna las acusaciones de plagio, aunque carezcan de la solvencia requerida por semejante afirmación. Me gustaría elevar a categoría lo que dista de ser una simple anécdota personal. En días pasados algunos medios ya explicaban que Manuel Cruz no iba a repetir como presidente del Senado por varios motivos, entre los que se recuerdan las «sospechas de plagio», denunciadas en la pasada legislatura. Se diría que viene bien hacerlo por si alguien pudiera tener la idea de confiarle «otras altas responsabilidades» institucionales.
Este autodenominado «periodismo de investigación» parece confundir dos tareas fundamentales pero bien diferenciadas del quehacer académico, sin distinguir entre la metodología propia de las publicaciones científicas destinadas a los especialistas en una materia y los manuales o ensayos de alta divulgación dirigidos al gran publico. Los artículos publicados en revistas especializadas deben cumplir con una serie de protocolos que no suelen admitir los criterios editoriales inspirados por un ánimo comercial. De ahí que haya sexenios de investigación y otros de transferencia.
A un pensador como Diderot habría que despojarle del muy estimado lugar que ocupa en la historia de las ideas, si consideramos que a la hora de redactar las entradas para su Enciclopedia no dudó en utilizar manuales y razonamientos ajenos, toda vez que su objetivo consistía en facilitar al gran público el acceso a unos determinados conocimientos y para lograrlo debía exponerlos con la mayor simplicidad posible.
Debe celebrarse que Manuel Cruz haya ocupado la cuarta magistratura del Estado precisamente porque su compromiso político se viera respaldado por una trayectoria profesional que goza del reconocimiento de sus pares, tal como demuestra el volumen de homenaje titulado 'Vivir para pensar' que le dedicaron sus colegas o los diferentes galardones concedidos a varios de sus últimos ensayos. Este reconocimiento no puede verse neutralizado por una polémica que ignora distinciones dignas de ser tenidas en cuenta para emitir un dictamen solvente.
En su escrito sobre la 'Dignidad e incremento de la ciencia', Francis Bacon se refirió al célebre «calumnia que algo queda» incorporado luego en el acervo cultural de nuestro sabio refranero. Es obvio que la difamación debería verse descartada como el principal ariete de las contiendas políticas, terreno en el que sólo deberían importar las argumentaciones y la capacitación de quienes las formulan, toda vez que la política con mayúscula no debería servirse de otras armas.
Resulta llamativo que alguien pueda firmar como arquitecta sin serlo y se defienda de un hecho incontestable con calumnias dirigidas al medio de comunicación que lo denuncia, utilizando por tanto la calumnia como arma defensiva sin que pase absolutamente nada. Tampoco es muy decoroso que uno de los candidatos a la presidencia del Gobierno, con muchas posibilidades de llegar a serlo en cualquier momento, cuente con unas discutibles credenciales académicas, aunque ciertamente nunca se le podrá reprochar plagio alguno, al haberse contentado con presentar las portadas de unos trabajos cuyo contenido es totalmente inaccesible. Seguimos pendientes de saber cómo logró conseguir su titulación en un tiempo récord, y con qué complicidades institucionales contó esa hazaña.
Los intereses cortoplacistas de casi las fuerzas políticas de este país están paralizando el sistema democrático mediante continuas citas electorales, como si los ciudadanos debieran seguir votando hasta lograr el resultado que anhelan sus presuntos representantes. Parece claro que son los candidatos quienes deberían cambiar a cada nueva ocasión. El hartazgo ha superado la más pésima de las expectativas. Ahórresenos al menos el bochornoso espectáculo de cultivar la calumnia por ella misma para enmascarar una insoportable impericia política. Urge dignificar la política devolviéndole sus autenticas armas: los argumentos, la deliberación y el pacto.
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