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Luis XIV hizo de Versalles el epicentro del Estado absolutista que luego todos los monarcas querrían imitar. Napoleón I erizó arcos del triunfo y obeliscos ... a la gloria de su invicto Ejército. Y Napoleón III, no menos megalómano que su tío, acudiría también a la arquitectura para legitimar sus aspiraciones imperiales. Con tan ostentosos antecedentes, el socialista François Mitterrand ambicionó situar a París como capital de la Europa anterior a la caída del Muro de Berlín.
Desde comienzos de los 80, siguiendo un programa minuciosamente planificado, se fueron levantando construcciones significativas como el Instituto del Mundo Árabe, la Ópera Bastilla, el Arco de La Defensa o la Biblioteca Nacional de Francia. La guinda a tan exuberante pastel la pondría la reforma del Gran Louvre en torno a una excelsa -y atrevida− pirámide de acero y cristal. Coincidiendo con el trigésimo aniversario de la inauguración ha fallecido su diseñador, el arquitecto chinoamericano Ieoh Ming Pei.
Decía Sáenz de Oíza, artífice de la basílica de Arantzazu entre otras notables edificaciones, que el reto de la arquitectura es integrar el aspecto técnico con el simbólico al servicio de una obra que trascienda en el tiempo, igual que lo hace el arte clásico o la inmortal poesía. Nadie discutiría hoy que Ieoh Ming Pei alcanzó ese objetivo con su versión reducida y transparente de la pirámide de Keops, pese a que en su momento causara una áspera controversia durante la que se derramaron ríos de tinta. 'Gadget piramidal', 'anexo de Disneylandia', 'casa de los muertos', 'tesoro de Mitterramsés', fueron algunos de los dicterios con que en su día se motejó al tetraedro pulido y elegante, evanescente y serenamente moderno. Ilustrativo de las relaciones entre el poder y la arquitectura, el monumento nos habla también del impacto icónico de un paisaje urbano en el imaginario de la actual civilización global.
En los egotistas como Mitterrand, autoproclamado «el último gran presidente», la arquitectura ejerce una profunda fascinación. Porque es el ego y el vértigo de la muerte, junto con motivaciones políticas o religiosas, los que impulsan el aparejo de formas grandilocuentes, innovadoras, perdurables... Sin embargo, en paradójico contraste, está el irresistible atractivo de las ruinas. Sentimiento que, como veían los románticos, nace de la fragilidad de la naturaleza y de la fugacidad de nuestra existencia. No en vano aprendemos de la historia que todas las pirámides acaban devoradas por la arena y que todos los gobernantes, por magnificente que sea su poder, caerán un día en el olvido.
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