Las noticias que llegaban con el pescado
Aster Navas
Profesor de Lengua Castellana y Literatura IES Burdinibarra BHI Trapagaran
Domingo, 30 de marzo 2025, 08:09
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Aster Navas
Profesor de Lengua Castellana y Literatura IES Burdinibarra BHI Trapagaran
Domingo, 30 de marzo 2025, 08:09
El final, el hijo de la Teodora 'salió en los papeles'. Mamá siempre lo dijo: el Fidel, el pequeño de 'La Grulla', acabará -y si ... no al tiempo- saliendo en los papeles. Lo que mamá en el fondo quería decir es que el Fidel, más pronto que tarde, la iba a liar muy gorda. Me topé con su foto en una página impar de 'El Caso' que relataba un fallido atraco a una farmacia, y en la que el ferretero me había envuelto unas bisagras. De codo.
Ustedes son, para bien y para mal, muy jóvenes y no me van a creer, pero hubo un tiempo no muy lejano en que el mundo y todo lo que había en él se envolvía -no había más- en papel de periódico. Así, una docena de castañas traían de regalo un inspirado artículo de opinión sobre el silencio; una caja de tornillos, medio reportaje sobre la inauguración de un embalse; un jarrón, las esquelas del 24 de marzo de 1976; un bocadillo de tortilla de chorizo llevaba de guarnición un crucigrama y dos jeroglíficos. A veces tropezabas, al desenvolver los objetos, con las páginas de clasificados; entre ellos los que ofrecían relación y masajes de una manera explícita y calenturienta.
El pescado del martes se envolvía en el periódico del lunes; el del miércoles, en el del martes... Eso, siempre que al pescadero le preocupara la actualidad. Si no, la pescadilla traía noticias de hacía semanas o meses. Era muy significativo aquel romance entre la información y el día a día; que con un kilo de sardinas te regalaran la clasificación de la Liga y con el bacalao el anuncio de un coche para gente encantadora. «Las grandes exclusivas de hoy envolverán el pescado de mañana», decía Walter Lippmann, intelectual estadounidense que ganó dos Pulitzer. Lo repetía para curar de arrogancia a sus compañeros periodistas.
A decir verdad, esa fue la única relación que mantuve en mi infancia con los periódicos. La prensa era en casa de los Navas un artículo de lujo que solo se compraba fresco en ocasiones -muy- especiales. Eso sí, con aquella hemeroteca, con aquellos ejemplares atrasados hice un descubrimiento extraordinario: al igual que los libros y los tebeos, dependían íntimamente de mí para cobrar sentido e identidad.
Julio Cortázar describe muy bien esa mutación en su relato 'El diario a diario'. En esas líneas de 'Historias de cronopios y de famas' nos muestra un periódico abandonado en el banco de un parque. Hasta que alguien se siente y lo coja, no será más que un objeto de papel: «Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario cuando un muchacho lo ve, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas o una anciana lo encuentra, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas».
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