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Un asunto de fe

Un asunto de fe

A la última ·

Martes, 6 de octubre 2020

Por mal que me haga quedar esta confesión con los lectores del periódico, no me queda más remedio que reconocerlo: Donald Trump —muchimillonario, showman, presidente de Estados Unidos y ahora parece que también coach motivacional— tiene una capacidad casi infinita para sorprenderme. Su reciente deriva me tiene fascinada: no me veía venir ese crossover entre Terminator y Mr Wonderful, esa mezcla improbable entre Margaret Thatcher y Rafael Santandreu. Sin embargo, ha vuelto a conseguirlo con sus últimas declaraciones en Twitter, escritas después de pasarse por el forro, tras su contagio y breve hospitalización, todo el protocolo de control de la covid-19; tras volver a la Casa Blanca sin hallarse fuera de peligro y después de posar para las cámaras sin cubrir su rostro con mascarilla alguna. «No dejéis que el virus domine vuestra vida»: claro que sí, campeón.

Trump —quien, recordemos, preside un país con más de 200.000 muertos a causa de la pandemia— actúa, incluso después de sufrir la enfermedad en sus carnes, como si el virus fuese un estado mental; como si su remisión fuese un asunto de fe y en realidad se le pudiese vencer con tazas y calendarios cuquis en lugar de con una vacuna fiable, unas medidas sanitarias estrictas y una inversión importante en ciencia. En su debate con el candidato Joe Biden, el republicano alcanzó unas cuotas de populismo rastrero sin precedentes: quizás por eso busque ahora revertir esa imagen pública con una inyección de pensamiento mágico y un par de cápsulas de autoayuda patriótica. Puede que sea su manera de decirnos que queda Trump para rato, y que él seguirá con lo suyo en la salud y en la enfermedad. Hasta que las urnas —o el bicho— nos separen.

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