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Algunos británicos respiran aliviados comprobando que el color de la piel de Archie, primer hijo de los duques de Sussex, no parece acusar la carga ... genética de la madre, Meghan Markle, hija de mestiza y descendiente de africanos. Son los que temían que el séptimo heredero en la línea de sucesión al trono exhibiera un fenotipo moreno.
Y es que aún colea en las islas la estupefacción provocada por el Hombre de Cheddar, un individuo que vivió al sur de Inglaterra hace 10.000 años y que fue reconstruido recientemente por el Museo de Historia Natural de Londres a partir del ADN de un fósil. Aquel lejano pariente de los súbditos de Su Majestad presentaba la piel casi negra, ojos azul verdosos y cabello oscuro rizado. Poco menos que el retrato-robot del 'invasor' que según los 'brexiter' más radicales habría que expulsar.
Desde que se descifró el genoma humano en 2003 vamos de sorpresa en sorpresa. También nosotros llevamos nuestra ración. Lo último que hemos conocido es que el 80% de los hombres vascos tenemos genes provenientes de los pastores de la estepa rusa llegados hace 4.500 años. Lo ha desvelado un ambicioso programa sobre genética de las poblaciones realizado en Harvard bajo dirección del eminente genetista David Reich cuya conclusión general es que las migraciones y los intercambios han sido norma a lo largo de la historia y el aislamiento genético, una excepción. Última palada de tierra sobre el viejo sueño de la pureza racial.
Justamente esta semana entra en librerías la traducción de 'Quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí' (Antoni Bosch editor), publicación polémica donde David Reich rebate la premisa de que no hay diferencias biológicas relevantes entre poblaciones humanas. Las hay, señala, y el progreso de los estudios genéticos no hará sino confirmar que muchas características están influenciadas por variaciones genéticas y que esos rasgos difieren entre grupos humanos. Si bien esas mismas investigaciones establecen también que las diferencias entre razas son modulaciones sobre un tema común.
Por ello, Reich postula no negar la diversidad biológica del ser humano, que es un hecho, sino profundizar en su conocimiento para combatir la instrumentalización de la genética por parte de los nuevos supremacistas. Lo que ocurre es que con ello tememos despertar viejos fantasmas de la historia, cuando la ciencia se puso al servicio de la política eugenésica y la preeminencia del gen desembocó en el genocidio. Pero quizá la solución no esté en ignorar el debate sino en afrontar ese gran tabú heredado de las tragedias del siglo XX.
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