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Papá Noel penetró en Europa durante la última posguerra mundial junto con todo el modelo de vida y consumo norteamericanos como símbolo de prosperidad, generosidad y éxito material, tres virtudes anheladas en el devastado continente. Pero no lo hizo de forma unánime: el viejo barbudo ... apenas arraigó en países que no se beneficiaron del Plan Marshall, como España, y en otros que sí recibieron ayuda de los EE UU topó con importantes resistencias.
Tal día como hoy de 1951, una figura de Papá Noel fue colgada del enrejado de la catedral de Dijon y luego quemada sobre la explanada ante cientos de niños y familias. El clero local quiso expresar de esta manera su odio al 'usurpador' y 'herético' Santa Claus, acusado de paganizar la fiesta de la Natividad. Razones de peso había: el coca-colero personaje campaba a sus anchas por toda Francia mientras que los belenes estaban prohibidos en los espacios públicos en virtud de la neutralidad religiosa de la República. Además de una competencia desleal, para la Iglesia suponía una ficción de nefasta influencia sobre la infancia ya que sustituía los valores tradicionales de la celebración por el culto al consumo.
Las reacciones de estupor ante el auto de fe de Dijon llegaron tanto desde la prensa católica y los representantes del partido democristiano francés, entonces mayoritario, como desde los sectores anticlericales que no desaprovecharon la ocasión para arremeter contra el oscurantismo religioso. Se dio así la paradoja de que la Iglesia alzaba su voz con espíritu crítico en favor de la verdad y contra la alienación cultural, en tanto que los racionalistas y progresistas se postulaban como defensores de la superstición y del materialismo más ramplón. El mundo al revés.
Pero hay algo más. En una penetrante interpretación, el antropólogo Claude Lévi-Strauss vio en aquella Nochebuena de 1951 el instante en que la Navidad se reencontró con sus orígenes dos mil años atrás, las saturnales romanas, celebraciones hedonistas y transgresoras que finalizaban el 24 de diciembre con la quema en una hoguera de la efigie del dios Saturno. Pues en su furor antipagano, los curas de Dijon no se percataron de que estaban entronizando a Papá Noel en el lugar que ocupaba el rey de las fiestas solsticiales, muerto y resucitado cada año; lejos de acabar con él, lo «restauraron en su plenitud» y aseguraron la perennidad de la figura ritual. Y ahí sigue, casi indestructible y además creando escuela: véase la ya irrevocable 'papanoelización' de Olentzero.
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