El título lo dice todo y es como si fuera una disentería mental que me dejara agotado. En su primer estadio, me encuentro con una ... nueva edición de este Festival de Cine que, pese a todo arraigó tan bien aun en momentos difíciles y sigue proyectando excelentes referencias a troche y moche como bien lo advertirán, supongo, los que a sus ofertas habrán respondido con su asistencia esta semana. En lo que a mí respecta, por mucho que antes me fuera hasta de obligada presencia desde sus primeros vagidos, resulta que ahora no me brinda suficientes arrestos como para acudir a sus reclamos ni siquiera me hacen recorrer los pocos metros que, desde mi domicilio, me distan. Es, sin duda, producto de un aldabonazo del más allá, un problema sin solución pese a que se sepa cual sea la mejor fórmula para solucionarlo; es decir, el empleo de la forma yacente ya camino de Polloe, la memoria surcando vuelos lejanos mientras las mariposas de la divagación siéntense que van perdiendo el maravilloso oropel de sus alas, por el horizonte hacia el que caminamos, va extendiéndose la sombra del último sueño, éste en el que ahora cualquier película me sume, que de ese transver será perdonable o no el futuro, un perder agallas para seguir luchando, las potencias mentales de otrora inclinándose hacia su total pérdida en algo como la réplica de un matadero donde el gañán carnicero nos busca la nuca tan débilmente defendida ante el topetazo final. El sueño como el de aquel roncador que durante varias ediciones de este Festival de Cine jolgoreaba a las gentes de su público nos es, seguramente, la esperanza de nuestro inmediato futuro.
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Por difícil que parezca, se diría que Proust se salió con la suya con su gente, y de su tiempo perdido mejor sería decir que, contrariamente, mejor sería mentarlo como encontrado, que apostado ahora como me parece que me está ocurriendo viéndome en el quicio de la leyenda y de la historia, con la data del calendario de un nombre que no sé siquiera si en existencia humana haya habido en hasta para los mejores que ni se atreven a descolgarle del santoral, los que nos hemos quedado solamente con el pasado, es decir con el más inútil y fantasmón de todos ellos, a más de la sensación de perdularios que nos acompaña por no haber sabido aprovechar los buenos tiempos pues somos muy dados a establecer odiosas comparaciones, tales como el que me asedia en este momento en el que abro el periódico y me encuentro con la noticia de la nueva estación del tren está en vías de renuevo.
Esto me hace recordar la imagen del viajero más remoto cuando abandonada que había sido la costumbre de diligencias, galeras , postillones... que sin recalar en tan arcádicos siglos, me situé en el (para mí a pesar de todo cercano año 1945) y entre tufaradas de humos más propios de aquellos infiernos con que la obligatoria fe religiosa nos amenazaba de continuo, entre paradas y más paradas en estaciones y apeaderos en espera de la saca de correos, con la notabilísima ocasión de contemplar mientras tanto los magníficos campos castellanos, la duración de ese primerizo viaje a la Estación del Norte capitalina fue de nada menos que de 25 horas y pico, y aunque haya que reconocer que llegamos un tanto cansados y hasta baldados, lo cierto es que, también muy divertidos, que es que llegaron ya muy luego, los tiempos del Talgo que sembró la envidia de todas las estaciones españolas.
Y hace unas pocas semanas que como en un posible contentar se nos daba la magnífica noticia – sobra acaso el comparativo sublime— de que 'el Alvia que conecta San Sebastián con Madrid ha conseguido recortar 35 minutos el viaje', lo que, aunque ya nada me importen ningunos trenes ni sus velocidades puesto que ahora mis sueños viajeros ni siquiera están en los grandes megayates de lujo como este llamado 'Aviva' que se acostó esa pasada madrugada en Pasajes y es como los que acostumbran a usar los grandes potentados terrestres se supone que sin necesidad alguna de tomar antes una pastilla de biodramina, sino que cualquier memoria de maleta o bolso me hace sentirme como el viajero más remoto del que más arriba hablaba, que es que llegaron ya muy luego, los tiempos del Talgo que sembró la envidia de todas las estaciones españolas que habrá que recordarlo como la última carta que las vías otorgaron a esta geografía nuestra dándonos a sus habitantes algo como el estampillado de intrusos y dificultando se supone a los de espíritu viajero cumplir con sus mas apetecidas complacencias.
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