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Tengo un amigo estadounidense al que le resultan impronunciables los nombres de ciertas calles de nuestros pueblos y ciudades. «En vez de rotularlas con esos ... trabalenguas bilingües, ¿por qué no las numeráis como hacemos en mi país?», gruñe. «Es que aquí todo es más complicado, 'my friend'», le respondo sin más. Aunque quizá podría ayudarle a entender la toponimia urbana hablándole de nuestra organización municipal, que es no menos compleja.
Euskadi cuenta actualmente con 252 ayuntamientos, es decir, uno por cada 8.600 habitantes. Por sobrepeso burocrático, por economizar recursos, por fomentar sinergias, por 'geosensatez' si tal cosa existe... se ganaría una barbaridad fusionando entes locales como han hecho otros países europeos caso del Reino Unido, Suecia, Bélgica o Dinamarca. Danés era precisamente el instituto de prospectiva que hace unos años recomendó reducir el mapa municipal vasco a no más de 40-50 ayuntamientos en total. Claro que no es lo mismo analizar el asunto desde un gabinete de estudios con vistas a la sirenita de Copenhague que vivirlo en el corazón del paisito.
Ve tú a convencer a los de Zumarraga para que se licúen con los de Urretxu, y a los de Eibar con los de Ermua; tengo mis dudas de que azpeitiarras y azkoitiarras aceptasen aparearse en 'Azpeikoitia', e ídem del lienzo con una utópica 'Irundarribia' del Bidasoa. En Bizkaia, para bilbainizar la Margen Izquierda haría falta todo un ejército de botxo-evangelizadores, y algo más que palabras se necesitaría para meter en cintura periurbana a Erandio, municipio que hasta presume de una 'calle de la Desanexión'.
El lugar donde uno nace o pace, además de un espacio administrativo, es también -o sobre todo− un 'topos' emocional en el que sedimenta la memoria personal y colectiva. Más si cabe en un territorio como Gipuzkoa nacido del pacto entre el poder local y la monarquía castellana para vencer al 'jauntxismo', lo cual se visualiza en casas consistoriales con pujos de ciudad-Estado.
Algunos prospectores hablan de racionalizar el entramado institucional vasco y sus propuestas suenan a nueva Ilustración, sin peluca pero con un empuje modernizador comparable al del ministro Esquilache, aquel siciliano que intentó encender luces en la vida española y terminó 'scaldato'. Al marqués le dedicó Buero Vallejo el drama histórico 'Un soñador para un pueblo'. No sería malo que también entre nosotros surgieran oníricos de esa clase... aunque me temo que aquí debieran serlo 'para 252 pueblos'. Los sueños raras veces se ayuntan.
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