La balsa de La Medusa
Giputxirene ·
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Giputxirene ·
El cuadro maestro del Romanticismo plasmó un naufragio que impactó a sus contemporáneosHan pasado cuatro años del ahogamiento del pequeño Aylan Kurdi cuando, huyendo del horror de la guerra en Siria, intentaba ganar con su familia las ... costas europeas. La imagen del niño yaciendo bocabajo sobre una playa turca, epítome del drama de los refugiados del Mediterráneo, consiguió sacudir las conciencias del primer mundo, lo que llevó a pensar bienintencionadamente en «un antes y un después de Aylan». Nada de eso. La trágica secuencia de naufragios no solo no se ha detenido sino que cada vez parecemos más anestesiados ante ella. Cunde la impresión de que, en realidad, preferimos no saber cuanto está ocurriendo en puertas del continente.
Retrocediendo en el tiempo, hallamos en las páginas de la Historia otro naufragio que impactó a sus contemporáneos y que un pintor joven, apasionado, melancólico y rebelde, plasmó genialmente para que nunca se olvidara. En julio de 1816, la fragata La Medusa, botada por la Armada francesa con destino a la colonia recientemente recuperada de Senegal, se hundió cerca de sus costas arrojando a un puñado de supervivientes a la deriva. La vida en la balsa se organizó bajo la dirección de los militares que, siendo los únicos en portar armas, decidían sobre el reparto de los escasos víveres. Al paso de los días cundió el desespero; algunos se dieron a la manducación de carne humana; más tarde se decidió sacrificar a los enfermos y desfallecidos. El naufragio evidenció la incompetencia de la marina y la ineptitud de la oficialía. Y, para escándalo de los biempensantes, puso de relieve de lo que somos capaces los 'civilizados' europeos en lucha por la existencia.
'La balsa de La Medusa' aún olía a pintura fresca cuando se expuso en el Salón de París del verano de 1819. El cuadro de Théodore Géricault, por su brutal realismo, sus grandes dimensiones y su tenebrista acumulación de cuerpos yacentes, expirantes o al borde de la extenuación que parecen volcarse sobre el espectador obligándole a tomar parte de la tragedia humana mientras, a lo lejos, un barco surca el horizonte ajeno a las llamadas de socorro, el cuadro, digo, fue interpretado como un juicio sumario al moribundo Antiguo Régimen. De ahí la sentencia estético-política de Michelet: «Es la sociedad entera la que se encuentra sobre la balsa de La Medusa».
De visita en el Salón hace ahora doscientos años, el rey Luis XVIII se detuvo ante la tela, hizo un comentario banal y siguió a lo suyo. La hoy considerada obra maestra del Romanticismo fue enrollada y cayó en olvido. Algo similar a lo sucedido con la desgarradora foto del pequeño náufrago Aylan.
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