Quienes crecimos leyendo 'Vidas Ejemplares' algo sabemos sobre la capacidad de santos y santas para encajar mortificaciones y tormentos, con inolvidables episodios como el paseo parisino de san Denis con su cabeza bajo el brazo, santa Águeda mostrando como pastelillos en bandeja sus senos mastectomizados, ... o san Lorenzo en la parrilla soltando chistes de cocinero.
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Ignacio de Loyola, canonizado hace ahora cuatrocientos años, ofrece un ejemplo más sutil y por ende más interesante. Ya que tanto presumía de fortaleza interior, le preguntaron cómo le sentaría que el Papa disolviera la obra de su vida, la Compañía de Jesús, a lo que el azpeitiarra respondió: «Si me recogiera en oración durante un cuarto de hora estaría contento, y aún más contento que antes». O sea que el hombre de los ejercicios no andaba mal de resiliencia. Este concepto, acuñado por el neurólogo Boris Cyrulnik, define la capacidad humana para reponerse a la adversidad y metabolizar positivamente el dolor. Emblema mismo de resiliencia es la ostra, al decir de Cyrulnik, que al sentirse invadida por granos de arena que le provocan irritación, secreta una sustancia nacarada cuya concreción producirá la maravillosa perla.
Como práctica artística de resiliencia cabe citar al 'kintsugi', técnica tradicional japonesa de restauración de las cerámicas rotas. Los objetos son recompuestos no camuflando sino sublimando las fracturas y desconchados mediante su cicatrización con barniz de oro. De este modo no solo se les ofrece una nueva vida sino que se singularizan poniendo en valor su fragilidad que aporta expresividad y belleza.
Y aún otro ejemplo. A Itzhak Perlman la discapacidad causada por una poliomielitis infantil no le ha impedido alcanzar el reconocimiento como uno de los mejores violinistas del mundo. Apenas arrancado uno de sus conciertos ante un abarrotado auditorio en Nueva York, una de las cuerdas del violín se rompió. Para asombro del público, no se detuvo a reparar el instrumento sino que siguió tocando con entusiasmo y entrega, como si tres cuerdas valiesen lo que cuatro, de lo que resultó una interpretación de increíble maestría y especial magnetismo. Al finalizar se dirigió al público: «¿Saben lo que ocurre...? Hay momentos en los que la tarea del artista es saber cuánto puede llegar a hacer con lo que le queda».
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Preciosa lección ilustrativa de una idea que a su manera también expresó el gran Hemingway: «El mundo nos rompe a todos, pero algunos acaban siendo fuertes en los lugares rotos».
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