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Las fuertes pérdidas en las bolsas del mundo a raíz de la imposición de aranceles sin medida por Donald Trump dieron ayer paso a episodios ... de volatilidad en Estados Unidos, con el desplome de sus grandes índices, su recuperación y su vuelta a la baja en cuestión de horas. Fue por el anuncio del propio Trump de negociaciones a alto nivel con Japón y de apelaciones de otros gobiernos, entre ellos el de la Unión Europea, a la Casa Blanca para procurar lo mismo; también del fugaz supuesto de que pudieran darse 90 días de retraso en la aplicación de gravámenes, seguido del requerimiento del presidente a la Reserva Federal para que rebaje los tipos de interés.
Sin embargo, las bolsas siguieron concediendo más credibilidad al rupturismo de Trump que a su hipotética disposición a corregirse. Especialmente después de su amenaza de contraatacar a China con un castigo arancelario total del 104%. La mera presunción de que Washington acabe jalonando cada día de actividad en los mercados con un vaivén constante de declaraciones en redes, gestos a interpretar, anuncios de todo tipo y rumores –desmentidos unas veces y consentidos otras– aumentará el disparate. Y ello sin que los eventuales rebotes que cada jornada ofrezca en Wall Street y en los parqués europeos vayan necesariamente a marcar una tendencia alcista.
El Ibex 35 cerró ayer con una caída del 5,12%, con una pérdida del 11,7% en tres días. El comportamiento de las bolsas alemana, francesa o italiana fue muy parecido. La inquietud de fondo común a los mercados del mundo no es otra que la recesión, cuando Trump insiste en dar muestras de desearla para los países que ha situado como objetivo de su persecución comercial e incluso frivoliza con ella como purgatorio para los propios estadounidenses. Hasta el punto de que solo una corrección en toda regla permitiría a la Casa Blanca despejar el temor ya generalizado a adentrarse en una economía en negativo a nivel global. Corrección que se encuentra tan lejos del ánimo de Trump que ni siquiera sirve a título especulativo. La impasibilidad que el magnate-presidente muestra ante las caídas bursátiles en su propio país es, en sí misma, una declaración de intenciones. El aviso para que nadie, ni desde dentro de su Administración –ahí continúa todavía Elon Musk– ni desde fuera, ose llevarle la contraria porque está decidido a imponer su criterio, por descabellado que parezca a todos los demás.
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