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El lunes pasado, un mapa de los contagios de coronavirus en Europa colocaba a España, con un índice IA de 89 disputando el primer puesto a Rumanía, con 93, mientras quedaban muy lejos Bulgaria (43), Chequia (28), Francia (27) y Portugal (25). Alemania y Reino ... Unido están por debajo de 15. Después de haber sido el epicentro, Italia está en 7. Las cifras pueden oscilar según los sistemas de evaluación, pero el balance general es muy claro: aunque ya hay signos de contención, España ha fracasado espectacular y peligrosamente, y por segunda vez, en la gestión de la pandemia, al no prever que el éxito en el confinamiento debía verse seguido por un cuidado estricto en la fase de desescalada.
Los medios oficiales, todos, empeñados en salvar sus responsabilidades, se han refugiado en la existencia de una segunda oleada, la cual debía aparecer en otoño. El virus no ha atendido a sus predicciones y se ha limitado a aprovechar las facilidades que le proporcionó una sociedad alegre y confiada, a la que se anunciaba un mundo feliz bajo la enseña de la 'nueva normalidad'. Así que dio la vuelta al panorama favorable registrado a fines de junio. Los más de 40.000 contagios desde el 26 de julio, o los casi 2.000 de media diaria en la última semana, resultan más elocuentes que cualquier argumento.
Al defender su teoría sobre la rotación de la tierra, Galileo exclamó: «E pur si muove». Aquí y ahora hay que constatar lo contrario. Ante el empeoramiento de la situación, 'e pur non si muove'. La gestión centralizada apuntaba al primer responsable, el «mando único» ejercido por Pedro Sánchez, pero al final del estado de alarma, esa responsabilidad es compartida, y en buena medida concierne en primer término a las comunidades autónomas. Nada ha cambiado en el discurso, salvo el añadido en gran parte acertado de que la irresponsabilidad recae sobre «el analfabetismo del riesgo», aun cuando no puede olvidarse que las autoridades han ido siempre a remolque.
El indicador más claro es la tardanza en hacer obligatorio el uso de la mascarilla, agudizado en muchos casos por las visibles directrices de una aplicación suave, simbólica, en lugares de ocio. Soy testigo de ello en una playa guipuzcoana. El espectáculo de masas en el frontón de Oiartzun, cumpliendo el 'protocolo' al modo del equipo de Fuenlabrada, vuelve a eximirnos de todo comentario. Cierto que los bares forman parte de los placeres de la vida. En un divertido 'sketch' de 'Vaya semanita', el paraíso de los vascos era un bar con pintxos. Solo que no hay que confundir el paraíso con tomar un atajo para alcanzarlo, por mucho que las presiones corporativas actúen en ese sentido.
Ha sido un problema general. Con la fuerza habitual de sus votos imprescindibles para el PSOE, Iñigo Urkullu lanzó un tipo de desescalada con las comunidades autónomas al frente, lo cual como se ha visto permitió una presión eficaz de los intereses económicos para situarlos por delante de los sanitarios. No es casual que en cabeza de retrasos y errores se encuentre la Comunidad de Madrid. El resultado en varias autonomías, con el desastre de Aragón al frente, ha sido la sucesión de recomendaciones sin medidas, salvo confinamientos, habida cuenta de los dudosos recursos legales para imponer exigencias como el «toque de queda» con que amenaza Urkullu. Hablar de necesidad de recentralización es tabú.
También para el Gobierno de Pedro Sánchez, preocupado pero satisfecho de que el mapa de la pandemia sea regional. Ahora ha encontrado la salida a su indeseada confesión de fracaso en la comisión internacional de expertos, rápidamente aceptada por Fernando Simón, necesaria pero no suficiente, ya que elude evaluar el componente político dominante hasta ayer. Ahí está el anuncio de la abortada 'nueva normalidad'. Tras el último Consejo de Ministros, caliente aún la ducha de Bruselas, Sánchez se entregó a la utopía de las cuatro modernizaciones que nos esperan bajo su Gobierno. Pensando solo en los Presupuestos, su objeto es que sigamos encerrados en la burbuja virtual que al margen de la realidad diseña Iván Redondo. ¿Hasta cuándo?
El coste de esa huida de lo real es evidente. Incluso para el asunto de la escapada del rey honorífico, inclinación personal desde sus días de príncipe, juzgada 'vox populi' como signo de borboneo. Sánchez necesariamente conoce el paradero, por la escolta, pero al derecho de los ciudadanos antepone cumplir un compromiso con quien así daña a la institución.
No parece razonable aquí y ahora saltar de la monarquía de Juan Carlos I a la república de mi exalumno y amigo Juan Carlos Monedero, y calle más calle menos, la suerte sobre aquel está echada. Importa que la factura no sea pagada por la Corona y su titular, blancos de la campaña en curso. Toca a Sánchez y a Felipe VI también aquí salir de la burbuja.
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