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En el siglo XVIII español, los anónimos recibieron el nombre de 'cartas ciegas'. De este modo quedaba de manifiesto su bloqueo de toda comunicación ulterior. Es la misma ceguera que afecta a cualquier recorrido, físico o mental, ante la incapacidad de alcanzar la meta perseguida, ... tanto por aquel que se dirige a un lugar inexistente como para el que busca un objetivo político y crea él mismo los obstáculos que lo convierten en inalcanzable. Algo de esto le está sucediendo a Pedro Sánchez, obligado a afrontar temas de extrema gravedad que no solo cuestionan su imagen de político seguro e inalterable, sino que ofrecen la impresión de que actúa con notable impericia y oportunismo cuando se trata de cuestiones muy complejas. Lo único que le importa es evitar ante la opinión pública toda responsabilidad propia en un eventual fracaso. La factura además no solo la paga él, sino las instituciones públicas y el propio sistema democrático.
El episodio en que el presidente ha reanudado las relaciones con Marruecos, constituye el ejemplo más destacado de esa manera de obrar y (no) explicar. Vaya por delante que los intereses de España, y del propio Polisario invitaban a un cambio de tercio. En un caso similar, pero lejano, Portugal defendió la independencia de Timor Este frente a Indonesia, en principio sin posibilidades y al final con éxito. Pero Indonesia no es «el vecino del Sur» de Portugal. Aquí convenía aliviar la permanente presión marroquí, aceptando la autonomía del Sáhara aunque, eso sí, obteniendo garantías para los saharauis, de acuerdo con los deberes que correspondían a España como potencia colonizadora. Nada de esto se hizo. La entrega fue total y lo que es peor, envuelta en la mentira de que España seguía fiel a la resolución de la ONU. Al parecer, tampoco se tuvo en cuenta el coste colateral de la crisis con Argelia, nuestra abastecedora de gas natural.
Y con el fondo, las desafortunadas formas. Pedro Sánchez enlaza con su precursor Zapatero en la insoportable levedad de que da muestra al encarar cuestiones difíciles. Confunde firmeza con apresuramiento, y sin duda ignora el peso que tienen el respeto y su eventual pérdida en las relaciones políticas con el mundo árabe. No ha leído'La mente árabe' de Raphael Pataï, y quizás tampoco vio con detalle 'Lawrence de Arabia'ni ha negociado en un bazar.
Regla de oro: no puedes perder la cara (wajh), ni hacérsela perder al otro, tampoco revelar tu inferioridad. La aparente seguridad con que Sánchez asoció la españolidad de Ceuta y Melilla a la conversación con Mohamed VI debió de irritar al inteligente rey marroquí y confirmar la sensación de que él era el amo del juego. Olvidemos la bandera. Sin negarse a si mismo, no puede renunciar a tal reivindicación. Consecuencia: el gran logro de la apertura de fronteras llega como prólogo de una conferencia bilateral sobre confines marítimos, ámbito propicio para nuevas reivindicaciones.
El diplomático Jorge Dezcallar, especialista en el tema, lo ha asociado con la reacción del Gobierno en el tema Pegasus. De nuevo perdiendo la cara ante el otro jugador, el Govern catalán, y montando a su servicio un embrollo cuyo perdedor, amén de personas e instituciones, es el propio Estado. Fue impagable el espectáculo del sedicioso –según la sentencia– Oriol Junqueras reclamando del Gobierno de España el cumplimiento estricto de la ley, y aprovechando un cauce privilegiado.
Claro que el CNI, con el necesario aval del juez, tiene derecho a investigar a un colectivo que trató de subvertir el orden constitucional, cuyo jefe además se entrevistó con un emisario de Putin en vísperas de la declaración de independencia. Del mismo modo que los afectados tienen derecho a conocer, y en su caso a denunciar, la indagación una vez descubierta. Sánchez se limitó a entonar una el'totus tuus' al independentismo, encubriéndolo con la coartada de la investigación pegasiana que sufren él mismo y sus ministros. Por la función de tapadera que viene a desempeñar, la secuencia es cuestionable.
Y como las cosas no van bien, todas las baterías mediáticas del Gobierno se dirigen a mostrar que, a pesar de la bronca permanente, la coalición funciona, la gestión de la pandemia fue un éxito –por si acaso, a diferencia de Biden, Sánchez se cuida de no avisar sobre su resurgimiento–, y que la respuesta a la crisis es otro éxito. Esperémoslo.
Entretanto, el partido actúa cada vez más como un bloque sin iniciativa propia, obediente al mando ejercido por el presidente, implacable frente a la menor disidencia, de acuerdo con la monolítica estrategia de información. Todo ello sobre el fondo de una permanente insistencia en el peligro de un gobierno PP-Vox. Solo que para alcanzar ese objetivo se requiere que los ciudadanos perciban una política consistente en razonar las decisiones, hacer lo que se dice y no en el encubrimiento de la realidad.
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