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Cómo gestionar la crisis y al mismo tiempo construir el futuro?; ¿Cómo será el mundo del mañana?; ¿Cómo fijar unas líneas de reflexión estratégica que ... dibujen, a modo de brújula social, qué camino seguir?; en medio de la conmoción social que vivimos solo la confianza en el próximo futuro puede servir para que el motor social no se gripe. No conocemos el futuro, solo sabemos que no se parecerá al presente. La gran pregunta que nos interpela a todos como ciudadanos es cómo debemos gestionar esta incertidumbre. Afrontamos tal vez la mayor crisis mundial desde la segunda guerra mundial; se pronostica que el declive económico puede llegar a ser más grave que la depresión de los años 30 del pasado siglo, se habla incluso de que supondrá un cambio de época, un retorno al Estado protector, un auge de las sociedades de la vigilancia, un retroceso de la mundialización, una vuelta a la autarquía y a las fronteras. Todo son hipótesis, aproximaciones al mundo del mañana, infructuosos intentos orientados a gestionar la incertidumbre que nos rodea a nivel mundial.
La situación recuerda geopolíticamente a la vivida tras la caída del muro de Berlín en 1989, porque vamos a vivir, vivimos de hecho ya en una especie de mundo a ciegas durante meses, sin saber a ciencia cierta qué escenario se abrirá finalmente camino. Todavía en medio de los terribles embates de esta pandemia emerge una especie de carrera por la predicción, intentando dibujar ya el mundo del mañana y los cambios sociales que están por llegar.
¿Qué nuevos desafíos se abren en el contexto de la compleja geopolítica mundial? Tantos y tantos interrogantes sin respuesta agudizan nuestra suma de incertezas. Nuestro tiempo ha cambiado. Una experiencia social y política así, tan extremada además de inesperada, no se olvida en una generación. Esta crisis debe ayudarnos a reflexionar sobre ello: lo complejo es que vamos a tener que actuar y reflexionar de forma casi sincrónica, porque el contexto post pandemia va a ser muy duro, catártico en lo económico y en lo social, y este reto exige grandes acuerdos, grandes consensos políticos y sociales. ¿Estamos preparados? Tal y como afirmó la veterana europeísta Emma Bonino, los Estados se dividen hoy día en dos categorías: los pequeños y los que todavía no son conscientes de que lo son, queriendo así señalar que solo con alianzas estratégicas es posible tratar de gobernar las derivadas de problemas tan graves como al que ahora nos enfrentamos.
Uno de los principales problemas al que nos enfrentamos es la ausencia de un liderazgo mundial compartido; sin liderazgo los Estados competirán entre sí cuando en realidad la clave en tiempos tan complejos radica en cooperar. Esta tendencia se agudiza en la dimensión geopolítica global por el hecho de que el mundo vive momentos de gran debilidad institucional. Las instituciones que refundaron las relaciones internacionales en 1945, hace ya 75 años, experimentan un serio declive en su 'auctoritas' mundial lo cual les impide abanderar ese necesario liderazgo supranacional. La idea clave o central de todo el pensamiento y de la teoría económica de Adam Smith, padre de la ideología clásica del capitalismo decae ante problemas tan globales como el que nos llega de la mano de esta pandemia: afirmaba Smith que el egoísmo del ser humano es la clave del bienestar de la sociedad en su conjunto. Frente a esa tesis, y ante un reto global, mundial como el presente solo la solidaridad responsable y compartida podrá permitir avanzar para gestionarlo con éxito. ¿Se acentuará ahora, al puro estilo Trump, la solución de una economía basada en la recuperación de las fronteras y en el proteccionismo? En este contexto emerge el término «démondialisation», una especie de autarquía con argumentario favorable a la «desglobalización», idea que lleva consigo la reivindicación de una mayor soberanía estatal frente a las instituciones supranacionales como la ONU. En el fondo pretende instaurar un proteccionismo que cierre fronteras a competidores externos. ¿Instaurar un neoproteccionismo cercano a la autarquía y desde el egoísmo egocentrista plasmado en el «sálvese quien pueda» es el camino para hacer frente a las derivadas de esta tremenda crisis mundial?
Ante tanta incerteza merece la pena poner el acento en lo local, partir de abajo a arriba, poner a la persona, a nosotros los ciudadanos, en el centro del debate. Una de las mejores reflexiones que nos dejó Jean Monnet, unos de los padres del proyecto europeo, merece la pena ser rescatada hoy: nada es posible sin las personas; nada subsiste sin las instituciones. La cuestión que cabe plantear es si resulta viable, gestionar esta crisis de proporciones tectónicas y al mismo tiempo construir el futuro; desde la humildad no impostada solo cabe decir que nadie sabemos a ciencia cierta hasta dónde llegará la transformación social que nos espera. Por eso tal vez la primera propuesta, modesta pero factible y sobre la que cabría ponerse a trabajar sea la de identificar cómo deberíamos tratar de moldear nuestro futuro.
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