Solo cabe calificar de mezquindad la completa omisión del nombre de Juan Sebastián Elcano de la principal crónica histórica sobre la circunnavegación. Su autor, el italiano Antonio Pigafetta, quiso ensalzar a su idolatrado Magallanes atribuyéndole todos los méritos —incluida la culminación de la travesía tras ... su muerte—, al tiempo que ninguneaba al de Getaria y a otros oficiales que se rebelaron contra el modo de ejercer el mando del portugués. Pero no por ello negaremos al texto su inmenso valor.

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La relación de Pigafetta comprende al completo y con pormenor los acaecimientos vividos del primer al último día a bordo desde la percepción de uno de los supervivientes. Como en las mejores obras del realismo mágico, realidad y leyenda se mezclan en un relato por cuyas páginas desfilan criaturas fabulosas: cerdos con ombligo en el lomo, pájaros que nunca se posan y otros capaces de trasladar en vuelo búfalos o elefantes; hombres sin cabeza, enanos de orejas tan enormes que les servían de colchón y manta al dormir, y una isla de mujeres que quedaban preñadas por la sola energía del viento.

Pero Pigafetta, que no escribía como cronista oficial sino por propia iniciativa, muestra también una extraordinaria sensibilidad epistémica. Su dietario reúne todo un caudal de informaciones de cariz etnográfico y lexicográfico, zoológico y botánico sobre las tierras y los pueblos por donde discurrieron. Lo que nos lleva a constatar el afán indagatorio y protocientífico que alentaba en aquella expedición.

Tengamos en cuenta que a bordo de las cinco naves viajaban hombres del Renacimiento, a caballo entre el medievo y la Edad Moderna, hechizados por los relatos de Marco Polo pero confiados en el poder de la razón. Mentalidades, en fin, oscilantes entre la credulidad y el escepticismo. Es así que el también cronista Maximiliano Transilvano considerará que, junto con las toneladas de clavo, la nave Victoria trajo un cargamento precioso: el fin de viejas supersticiones y un caudal de nuevos saberes sobre océanos y tierras.

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En el último número de la revista 'Trépanos' del Ateneo Guipuzcoano (ver en trepanos.es), el profesor Jaume Navarro explica cómo la gesta de hace 500 años ilustra sobre algo tanto o más fundamental que el tránsito de un mundo geocéntrico a otro heliocéntrico: el cambio de mentalidad en relación a la naturaleza que, de simple objeto de contemplación en sus esencias, pasaba a convertirse en ámbito para el conocimiento, la organización y la dominación de las apariencias.

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