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Esta frase fue la fórmula popularizada de uno de los lemas de la campaña electoral de Bill Clinton contra George W. Bush en 1992. En ... ese momento Bush padre parecía imbatible, ya que contaba con un alto índice de aceptación, una vez que la Guerra Fría había llegado a su fin, la Unión Soviética había desaparecido como consecuencia de su implosión y Kuwait había recuperado su independencia tras haber caído en las garras de Sadam Hussein. Por consiguiente, la opinión generalizada era que el veterano político republicano volvería a hacerse con la Casa Blanca. Sin embargo, el joven gobernador de Arkansas plantó batalla y al final logró derrotarlo gracias, en buena medida, a su estratega de campaña James Carville, que tuvo la idea de centrarse en las cuestiones cotidianas de los ciudadanos. De esta forma, los tres puntos clave de las arengas de Clinton se resumieron en «cambio versus más de lo mismo; la economía, estúpido; y no olvidar el sistema de salud». Carville sabía que, pese a los grandes éxitos en política exterior de Bush, unos comicios presidenciales en Estados Unidos normalmente no se ganan apelando a ese expediente, sino a la política interior. Sí se pueden perder, como le sucedió a Carter tras la revolución en Irán protagonizada por el ayatolá Jomeini y la toma de la embajada americana en Teherán. De una manera menos evidente, aunque con fuerte impacto, el ataque islamista en 2012 al consulado de Bengasi, en Libia, con la muerte de cuatro estadounidenses, incluido el embajador Stevens, siendo secretaria de Estado Hillary Clinton, asimismo le pasó factura a ésta en las votaciones de 2016 frente a un Donald Trump carente de escrúpulos en este tema. Carville acertó y Bill Clinton venció.
Pues bien, en su disputa electoral de 2020 con Kamala Harris, Trump se decantó fundamentalmente por los contenidos económicos, frente a una candidata demócrata, que, aparte de ser nominada muy tarde por el empecinamiento de Biden, estructuró un discurso bastante alejado de las preocupaciones diarias de la ciudadanía. Aquí Trump, tirando de su aureola de empresario exitoso, apeló a aspectos tales como la cesta de la compra, la inflación, la creación de puestos de trabajo, el aumento del número de empresas, la expulsión de los inmigrantes ilegales y los aranceles. De esta manera consiguió superar a su rival, llegando a las capas bajas y medias de la sociedad americana, superando una de las barreras que atenazaban la crecida de sufragios del Partido Republicano, el ser identificado como la formación política de los estadounidenses blancos. Él obtuvo no sólo un buen número de voto latino, sino también de voto afroamericano, alcanzando, por ende, una victoria histórica en toda regla. Con una táctica focalizada, básicamente, en la economía, Trump rompió en noviembre pasado con el techo de cristal de los republicanos.
Y, precisamente, para hacer grande a América de nuevo, ha repetido en reiteradas ocasiones que su palabra favorita es «arancel», de suerte que estamos en pleno siglo XXI ante un ferviente seguidor del famosos economista decimonónico alemán Friedrich List, aunque es posible que él ni lo sepa. En efecto, List se convirtió en el gran adalid de la vía proteccionista, influenciado por Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de los Estados Unidos y considerado uno de los padres fundadores de dicho país. List, que residió en Estados Unidos, se apartaba de las teorías librecambistas de Adam Smith y de Jean-Baptiste Say, que constituyeron las bases del pensamiento liberal de la primera mitad de siglo XIX. Con los nuevos postulados de List, la segunda mitad de esa centuria estuvo marcada por el enfrentamiento entre el librecambismo y el proteccionismo. La realidad de que Reino Unido hubiese sido la primera potencia en llevar a cabo la Revolución Industrial había hecho que sus manufacturas, más baratas, compitiesen con éxito en el mercado internacional, arruinando a muchos productores tradicionales en sus respectivos países. De ahí que una subida de aranceles fuese vista por muchos dirigentes políticos, aun proclamándose liberales, como un instrumento de defensa frente a la competencia exterior. Ésa es, en definitiva, la función del proteccionismo: preservar aquellos sectores débiles o poco desarrollados frente a los competidores externos. El problema suele estar en cuánto proteccionismo hay que establecer y durante cuánto tiempo.
Por eso, la forma en que Trump ha presentado su lista de aranceles, a la manera de Moisés con las tablas de la ley en el «día de la liberación» (como los judíos se libraron de los egipcios), no tiene demasiado sentido si tenemos en cuenta que una aplicación masiva de aranceles, como él ha planteado, distorsiona realmente la eficacia del proteccionismo. En esto están de acuerdo todos los economistas, que auguran, salvo que rectifique, dado su carácter errático, un descenso en el crecimiento del PIB (según el Bank of America) y que la inflación subirá. Por tanto, si una de las causas de su victoria fue la lucha contra el alza de precios, de no cumplirse, es posible que pierda las elecciones de medio mandato y se les presente una oportunidad a los demócratas. Así sea.
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