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No suele ser buena idea cambiar de jinete en mitad de una carrera, pero la renuncia de Joe Biden a las presidenciales ha sido completamente necesaria. Después de su pobre intervención en el debate con Donald Trump, donde dio signos de agotamiento mental y físico, ... la situación en el Partido Demócrata empezaba a ser insostenible. Evidentemente, cualquiera puede tener una mala noche, como dijo Obama. Sin embargo, lo que se vio delante del televisor fue mucho más que eso, aparte de las muestras evidentes de su deterioro desde que prácticamente accedió al Despacho Oval. Entonces las voces que demandaban su abandono se multiplicaron, incluyendo a muchos de sus donantes, quienes decidieron congelar las ayudas con la esperanza de que el inquilino de la Casa Blanca terminara transigiendo. Con las encuestas en contra y con una oposición interna en constante crecimiento, al fin tomó la decisión de ceder ante Kamala Harris, quien, muy presumiblemente, será la encargada de medirse con Trump. Aunque la resolución definitiva no se tomará hasta agosto, en la convención del Partido Demócrata, lo cierto es que todo apunta a que su proclamación será confirmada por los delegados de esa formación. En este sentido, hay varias cuestiones que lo pueden corroborar, a saber: la oleada de optimismo que se generó entre los demócratas en cuanto Biden notificó su retirada en pro de Harris, la gran cantidad de millones de dólares que están llegando a las arcas del partido y la sensación de unidad que está cuajando alrededor de su persona, de manera que, si surgiera algún otro contrincante alternativo, podría provocar una imagen de división no deseada entre unos demócratas que estaban resignados a ir por detrás en las encuestas. Incluso en éstas se observan novedades, pero Trump sigue siendo el favorito.
En este proceso, a mi modo de ver, un hecho definitivo en el paso dado por Biden ha sido el atentado contra el magnate, puesto que éste lo ha sabido aprovechar al máximo. En la convención nacional del Partido Republicano de Milwaukee, Trump no sólo fue elegido como candidato en los comicios de noviembre, sino aclamado como jefe supremo, con un claro tufo al culto a la personalidad. En especial, después del ataque sufrido, que ha conseguido dotarlo de una cierta áurea divina, en tanto en cuanto el Todopoderoso lo libró de una muerte casi segura. Tras ese instante Trump aparece como el elegido de Dios, una imagen muy heroica, por ejemplo, para los evangelistas, que votan masivamente a los republicanos. El haber salido indemne ha contribuido a crear una épica y a unificar el partido en torno a su figura, hasta el punto de que incluso rivales políticos de la envergadura de Nikki Haley o Ron DeSantis le rindieron pleitesía delante de miles de entusiasmados seguidores. Es tal la comunión que se ha producido con Trump que, más que hablar del Partido Republicano, se puede hablar del Partido Trumpista, debido a que el multimillonario lo ha vampirizado literalmente. A este respecto, esa euforia catártica, e incluso religioso-espiritual, que se vivió en esa localidad de Wisconsin supuso, según mi punto de vista, la puntilla definitiva para que Biden tomara conciencia de la realidad y de las pocas posibilidades que tenía de ganar. Pese a su empecinamiento, no tuvo otro remedio que aceptar, cuando pesos pesados de su formación, como Barack Obama, Nancy Pelosi o los líderes demócratas de ambas cámaras, entre otros, le abrieron la puerta de salida.
¿Y ahora qué? Ha llegado el momento de Kamala Harris, una vicepresidenta que, durante estos años, ha estado prácticamente ausente. ¿No ha podido o no la han dejado? Biden, por su edad, parecía un presidente de transición, habiendo escogido en su día a Harris para sustituirlo. Luego se ha visto que no y que su empeño era ir a la reelección. La demócrata tiene hasta noviembre para hacer campaña y tratar de derrotar a Trump. Si bien entre las filas republicanas se especulaba con este reemplazo, lo cierto es que para el aspirante hubiese sido mejor tener a Biden enfrente. Las mofas no podrán hacerse ni por su edad avanzada, ni por sus lapsus, ni por sus despistes, ni por sus meteduras de pata. Kamala Harris es más joven, inteligente y culta que Trump, un personaje grosero, vulgar y maleducado. Por no hablar de su oratoria. Trump es un convicto sentenciado y un individuo admirador de autócratas como Putin o Xi Jinping. Por eso la campaña ha dado un giro de trescientos sesenta grados y veremos cómo se desarrolla el cara a cara previsto para septiembre. No obstante, estas virtudes que juegan a favor de Kamala no le aseguran la victoria ni mucho menos, aunque, a día de hoy, ha despertado una ilusión en las filas demócratas que quizás no se veía desde los tiempos de Obama. Tendrá que explotar al máximo el voto de las minorías, de las mujeres y de los jóvenes para tratar de vencer a un Trump y a un Partido Republicano que ya se ven ganadores porque Dios está de su parte.
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