Aunque esperada, la conversación telefónica entre Trump y Vladímir Putin parece que ha sorprendido a algunos tertulianos y analistas por el contenido de la misma. ... Ya lo advirtió el magnate en su campaña electoral: una de las primeras cosas que haría sería cortar la ayuda militar a Ucrania y terminar la guerra entre esa república y Rusia. En la hora y media que señala el Kremlin que estuvieron dialogando ambos mandatarios el aspecto fundamental fue, sin duda, acabar con la conflagración y sabemos que Putin echó mano de una de las mayores debilidades de Trump, la adulación. Y es que a un individuo tan engreído como el multimillonario este defecto lo pierde y Putin, que es un tipo listo, apuntó que, posiblemente, con Trump en el Despacho Oval, la invasión no hubiese tenido lugar. Ésta ha sido una afirmación que aquél ha estado repitiendo reiteradamente. ¡Qué manera de regalarle los oídos! Igualmente, el presidente ruso apeló al «sentido común», otra de las expresiones más empleadas por Trump en las elecciones.
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Las respectivas invitaciones para visitar Moscú y Washington completaron la charla, emplazándose para encontrarse en Arabia personalmente. A mi modo de ver, esta reunión puede ser decisiva para el proceso de paz, teniendo en cuenta la fascinación que Putin ejerce en Trump, tal como nos narró su ex consejero de Seguridad Nacional John Bolton en su libro 'La habitación donde sucedió', en el que este halcón del Partido Republicano examina el caos imperante durante el primer mandato de Trump. Dicha admiración se debe a que uno y otro son unos autócratas, si bien el americano con las cortapisas de un sistema democrático como el estadounidense. A él le gustan los tipos duros y los ganadores y no los perdedores como Zelenski. De ahí que la nueva Administración esté decidida a reconocer las conquistas de Rusia en Ucrania. Lo ha expresado con claridad el nuevo secretario de Defensa Pete Hegseth en Bruselas al afirmar que no considera realista volver a las fronteras de 2014. Y lo ha dicho delante del secretario general de la OTAN. Por lo que está claro que esto apunta a que Kiev tendrá que hacerse a la idea de que va a perder territorio, algo, por otro lado, que se veía venir desde el triunfo de Trump.
Semejante futuro de Ucrania ha causado mucho malestar e incluso temor en muchos líderes europeos, al observar cómo Estados Unidos y Rusia acuerdan el futuro de una porción del continente como en la Guerra Fría. A este respecto, uno de los argumentos esgrimidos es que, si se reconocen las anexiones de la Federación Rusa, es posible que Putin quiera expandir su poder a otras zonas de Europa. En concreto, a las naciones bálticas, por ejemplo. Yo no creo que esto sea así. Desde que Estonia, Letonia y Lituania se independizaran no ha habido ni un solo embate militar de Rusia. De hecho, las tres están incorporadas a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica y esto tampoco ha generado un conflicto bélico. El recurrir al expediente del miedo en este caso no está justificado. En primer lugar, porque Rusia no tiene capacidad poblacional suficiente para llevar a cabo expansiones amplias y duraderas. Y, en segundo lugar, porque Putin ha insistido siempre en que sus líneas rojas son Georgia y Ucrania. Sin esta última, la Federación Rusa dejaría de ser un imperio. No en vano el geógrafo inglés Mackinder habló de la teoría del Heartland o «teoría del corazón continental», que coincidía prácticamente con la zona gobernada por el Imperio ruso primero y por la Unión Soviética después. Según el británico, «quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla Mundial; quien gobierne la Isla Mundial controlará el mundo». Precisamente, la Isla Mundial abarcaría Europa, Asia y parte de África. Este planteamiento, no obstante, se fue modificando luego en función de los intereses de las grandes potencias, pero, desde la perspectiva rusa, Ucrania es fundamental y no está dispuesta a ceder.
Por lo demás, también Hegseth descartó la entrada de Ucrania en la OTAN, atendiendo no sólo a los deseos de Putin, sino de intelectuales norteamericanos tales como Kennan, Kissinger o Mearsheimer. Estados Unidos no está dispuesto a enviar soldados a Ucrania, por lo que las garantías de su seguridad, una vez llegado a un acuerdo, correrían a cargo de los europeos. Pero, al desplegarse tropas de la OTAN, Hegseth indicó asimismo que no regiría el artículo 5º, es decir, la mutua defensa en caso de agresión. Lo que, desde mi punto de vista, supone que Washington ha dejado de ser un aliado fiable para el resto de socios de la Alianza, en especial, de los europeos. Y es que, en verdad, a EE UU sólo le importa recuperar el dinero gastado en Ucrania, calculado en unos 350.000 millones de dólares por Trump. Las tierras raras existentes en su suelo podrían servir de compensación ante las dificultades que ahora pone China en ese mercadeo. De todo lo cual se deriva que estamos nuevamente ante un Donald Trump en estado puro.
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