Choronguitos y marcianadas
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Con buenos sentimientos solo se hacen malas novelas, decía Gide, y lo mismo vale para ciertos monumentosVisto y no visto. Montón de críticas más desparrame de memes se han llevado por delante el primer monumento erigido en España como homenaje a ... las víctimas de la pandemia. El choronguito fantasmático de la Puerta del Sol de Madrid no ha resistido al luto nacional y alguien sensato ha resuelto zanjar el cachondeo en días de seriedad, decoro formal y bandera a media asta.
En el pecado lleva la penitencia su perpetrador, un artista cortesano con densa trayectoria en lisonjas escultóricas a borbones, folclóricas, toreros o cardenales. Intentó colar como sublimación artística de la lucha contra el virus una obra concebida hace 25 años, ya expuesta anteriormente en público y hasta autoplagiada en una plaza catalana. Por si fuera poco, valoró el monumento en 273.000 euros, tantos como contagiados por el Covid-19 en España. Elegante equivalencia, ¿verdad?
Pero la almendra del asunto está en el 'despotismo desilustrado' de los gestores que determinan qué, cuándo y cómo se significan los espacios públicos con obras de creación. Son recurrentes los debates y polémicas en torno a monumentos que muchas veces resultan no solo de difícil comprensión sino enteramente ajenos a la sensibilidad estética del común que asiste perplejo a la plantación en medio de su paisaje cotidiano de ciertas marcianadas tridimensionales.
Se equivocan quienes creen que ubicar una nueva escultura en el callejero es siempre de provecho para la educación artística del común, para el imaginario colectivo o para el enriquecimiento de la mirada sobre el arte o la ciudad. Si lo que se ambiciona no es tan solo sumar una pieza de prestigio para ilustrar las guías turísticas sino ampliar el horizonte comprensivo de la producción de arte público, hay que empezar por estimular la participación de los ciudadanos, tender puentes entre instituciones, artistas y sociedad para, entre todos, perfilar qué significados asignamos en cada lugar y en cada momento cultural a las expresiones creativas. En suma, hacer más humano y más dialógico el arte urbano.
Con buenos sentimientos solo se hacen malas novelas, decía Gide, y lo mismo es aplicable a cualquier plástica. No pocas víctimas han de revolverse en sus tumbas coronadas por ciertos monumentos erizados en su memoria, frente a los cuales lamentamos la inaplicación de esa idea tan oteiziana de la escultura como arte de «quitar lo que sobra». Porque, a veces, quitarlo todo puede ser lo más expresivo. Hay vacíos que son pletóricos. Visto y no visto.
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