Todos somos cineastas, cinéfilos y quien más, quien menos algo peliculeros. Nuevos estudios sobre el funcionamiento cerebral revelan una analogía cuanto menos sorprendente: en la cámara oscura de nuestro encéfalo llevamos un constructor de ficciones que ni de día ni de noche apaga su 'cámara'.

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Percibimos el mundo a razón de 13 imágenes por segundo (el 'verdadero' cine funciona a 24), una sucesión discreta de instantáneas que son montadas por el cerebro en forma de flujo continuo. Para crear la sensación de uniformidad y completitud visual nuestra mente aplica lo que podemos definir como 'efectos especiales' tales como el rellenado del punto ciego de la retina, el coloreado de la periferia del campo visual (que solo ve en blanco y negro), y, finalmente, un significado global de lo que vemos fundado en nuestro conocimiento intuitivo del mundo. De tal manera que cuando creemos captar la realidad según es, en buena medida la estamos recreando o inventando de acuerdo a lo que consideramos 'realista'.

La imaginería cerebral prueba que percepción e imaginación movilizan similares configuraciones neuronales y comparten numerosas propiedades. Esto ha llevado al neurocientífico cognitivo Lionel Naccache, autor de un reciente y fascinante libro sobre el tema, a concluir que percepción e imaginación pertenecen a una misma y gran familia: la del cine interior.

Nuestro cine interior es poético, etimológicamente poético, es decir creativo pues a partir del mundo que se nos da de algún modo configuramos su apariencia y lo dotamos de sentido. Aunque en un nivel básico lo percibido pueda ser común y corriente, en la mente de cada ser humano el montaje final es peculiar. En toda mirada hay una perspectiva irreductiblemente subjetiva. La asunción de esta coexistencia de cines interiores, señala Naccache, es una vía hacia la tolerancia y el aprecio de la diversidad pues si todos somos 'productores' y 'realizadores' de nuestras cosmovisiones vitales, también somos 'actores' o 'actrices', además de espectadores de lo que transparentan las historias ajenas.

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Hay tantos individuos como versiones del universo, que es como decir innúmeros 'filmes' proyectados de forma privada y en sesión continua desde el corazón íntimo de la conciencia. Que el producto resultante sea de arte y ensayo, aventuras o terror, melodrama o ciencia ficción, depende de la personalidad y circunstancias del yo creador. Pero, quien más, quien menos, todos somos peliculeros; todos vivimos en 'La Gran Ilusión'.

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