Ciprino no es una señora de Chipre
EL FOCO ·
La historia del clítoris, su ocultación o intentos de supresión, es la historia de la persecución del deseo femenino, del miedo patriarcal a la posible independencia sexual de la mujerEL FOCO ·
La historia del clítoris, su ocultación o intentos de supresión, es la historia de la persecución del deseo femenino, del miedo patriarcal a la posible independencia sexual de la mujerSabe usted qué es la ciprina? No me refiero a las acepciones que contempla el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, como gentilicio antiguo y en desuso de Chipre, o sinónimo de «cipresina», relativo al ciprés. Si no sabe qué otro significado ... puede tener, no se preocupe. Yo ni siquiera conocía esta palabra hasta hace unos días. Sabía que eso a lo que se refiere «ciprina» existía, pero los términos que tenía para nombrarlo eran o una palabra fea («moco») o una demasiado general («flujo») que designa a cualquier cosa que fluye, ya sean líquidos, palabras, dinero o conciencia. «Ciprina», sin embargo, es una palabra bonita, poética y con resonancias mitológicas que, desde hace pocos años, designa al líquido que secretan las glándulas de Bartolino en las mujeres durante la excitación sexual. La iniciativa de bautizar este flujo sin nombre como «ciprina» viene de feministas francesas –no podía ser de otra manera– ya que Chipre, según cuenta la mitología, es el lugar de nacimiento de Afrodita, la diosa del amor.
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En las últimas semanas me he cruzado con este término dos veces. La primera vez fue durante la lectura del libro de la historiadora Kate Lister 'Una curiosa historia del sexo', publicado en la editorial Capitán Swing y traducido con maestría por Isadora Carolina Prieto y Anna Hernández. La segunda vez que lo escuché fue durante el festival literario Barbitania, celebrado en la Ciudad de Barbastro el fin de semana del 20 de mayo, durante el cual la poeta Aurora Luque explicaba que la ciprina, pese a ser un líquido primordial de la fisiología femenina, hasta muy recientemente no ha tenido un nombre propio. Tanto el libro de Lister como el comentario de Luque me llevan a reflexionar sobre la relación entre lenguaje, tabú y la construcción de realidades sociales.
El lenguaje, señala Kate Lister, es una poderosa herramienta de control social y la sexualidad es uno de los terrenos del comportamiento humano que más se ha querido controlar socialmente. En su análisis histórico, Lister se centra particularmente en el mundo anglosajón, pero la mayoría de las actitudes sociales e institucionales en torno a la sexualidad se pueden extrapolar a nuestra historia que, igual que la anglosajona, está marcada por la mirada patriarcal. La autora señala que durante el paso de la Edad Media –una época mucho más libertina de lo que comúnmente se cree– a la Edad Moderna comienza a haber una mayor represión del sexo y que «a medida que el sexo era reprimido, las palabras relacionadas con el cuerpo fueron convirtiéndose en tabú. Después de todo, ¿cómo podemos disfrutar sin vergüenza de nuestros cuerpos si las mismas palabras que utilizamos para hablar de ellos, pensar en ellos o escribir sobre ellos se consideran obscenas?», se pregunta la autora. Lister parte de la idea de que el lenguaje no sólo describe el mundo, sino que lo constituye.
Ya conocen el viejo adagio de que lo que no se nombra, no existe. Cuando se desvincula de su capacidad reproductiva y se centra en el placer, la sexualidad de la mujer desaparece del lenguaje. Un ejemplo es la invisibilidad de la ciprina, otro es la invisibilidad del clítoris. Según Lister, la carencia de sinónimos en el argot popular para nombrar el punto fundamental del placer femenino es universal y remite al tabú que ha rodeado este órgano, desconocido incluso médicamente hasta hace bien poco. Hace unos meses, en uno de esos debates absurdos que se forman en las redes sociales, un grupo de «incels» –en inglés, «célibes involuntarios», es decir, hombres que no se comen un colín y están muy resentidos por ello, de ahí su misoginia– proclamó que el clítoris no existía. Esta solemne estupidez no requeriría mayor comentario si no fuera un elemento residual de cómo se ha tratado históricamente el placer de la mujer. Lister hace un repaso de esta historia remontándose hasta las fuentes clásicas. Señala que ya Aristófanes se refería a la práctica del 'cunnilingus' como algo deplorable y que los romanos llamaban al clítoris «landica», considerada una palabra obscena. Cicerón se refería a ella como «la palabra prohibida», innombrable. La autora también analiza los mitos medievales en torno al órgano del placer, desde sus asociaciones con la brujería hasta la creencia de que un clítoris grande hacía a la mujer sospechosa de lesbianismo, con lo que eso implicaba. Durante el Renacimiento, una época en la que los estudios médicos y de anatomía dieron un salto cualitativo, el clítoris reaparece para gloria de sus «descubridores». Así lo cuenta la autora: «En el que posiblemente sea el acto de 'mansplaining' más exitoso de toda la historia de la Humanidad, dos anatomistas del Renacimiento afirmaron con orgullo en 1559 haber 'descubierto' el clítoris... No decían más que tonterías, ya que no solo los médicos conocían el clítoris desde hacía tiempo, sino que las mujeres tenían una 'ligera sospecha' de su paradero desde antes».
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Pero peores fueron los médicos del siglo XIX que intentaron curar la histeria a través de la mutilación del clítoris, siendo la cliteroctomía una práctica extendida durante años. En la actualidad, la OMS estima que doscientos millones de niñas en todo el mundo han sido sometidas a la mutilación genital femenina, en gran parte para preservar su virginidad hasta el matrimonio.
Lo que es realmente asombroso en esta larga historia es que hasta 2009 no se descubrió la estructura compleja del clítoris: comprende el glande, el prepucio, el cuerpo o corpora, la crura, los bulbos, los ligamentos suspensorios y la raíz. Además, tiene unas 8.000 terminaciones nerviosas y es el único órgano cuya única función es provocar placer. La historia del clítoris, su ocultación o intentos de supresión, es la historia de la persecución del deseo femenino, del miedo patriarcal a la posible independencia sexual de la mujer. Si, como dice Lister, el ser humano ha convertido el sexo en un asunto moral desarrollando complejas estructuras sociales para regular los impulsos, la represión de la sexualidad de la mujer, su canalización exclusiva hacia la reproducción, ha sido fundamental para perpetuar esas estructuras sociales. La historia del clítoris o de la ciprina son dos de las muchas que Lister expone en este ensayo, que divierte e ilumina por igual y que recomiendo especialmente a los hombres, no solo porque vayan a aprender sobre sexualidad femenina, también porque varios capítulos se centran en sus propios tabús y opresiones. En cuestiones de represión sexual, la historia da para todos y todas.
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