La confesión de Carrillo

Iglesias comienza el desmarque. Su reto es complejo: facilitar pactos de izquierdas pero, a la vez, no ser la fuerza auxiliar de Sánchez

Domingo, 25 de noviembre 2018, 09:05

Hace algunos años, en un encuentro entre Santiago Carrillo y Juan Carlos Monedero, el segundo le preguntó al primero: «don Santiago, ¿por qué apoya usted tanto a la Monarquía? Monedero -le respondió Carrillo con su voz característica de fumador empedernido- no hay que regalar al Rey a la derecha».

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La anécdota, relatada por Pablo Iglesias en un último libro de conversaciones con Enric Juliana, es reveladora del cambio de época que vivimos. Hace 40 años la izquierda antifranquista que encarnaba el PCE aceptaba la Monarquía parlamentaria y la bandera bicolor. Hoy Podemos encuadra su apuesta republicana en la propia evolución democrática de la sociedad española y explicita de forma contundente la ruptura con aquella responsable línea de 'compromiso histórico' que tuvieron los comunistas tras la muerte del dictador Franco. Iglesias, que fue militante de las juventudes del PCE, hace una lectura crítica de aquella posición de sus antiguos camaradas aunque reconoce que el temor a un regreso de la dictadura condicionó aquel proceso. Por cierto, bajo una feroz presión terrorista.

La formación morada recupera pues las esencias del histórico republicanismo y esgrime una enmienda total a la Constitución de 1978 que el 6 de diciembre cumple cuatro décadas, con sus luces y sus sombras. Es decir, el desmarque respecto al Gobierno de Pedro Sánchez -que permitió al apoyar activamente la moción de censura- encierra una mayor carga de profundidad que una mera distancia táctica.

Estas discrepancias no son meramente testimoniales y pueden complicar la relación con los socialistas. Porque Podemos sabe que debe facilitar esos futuros pactos de izquierdas. Tanto en los ayuntamientos -ya que muchos de sus actuales alcaldes en grandes ciudades dependen de esos respaldos para continuar- como en otras instituciones. Pero, a la vez, tiene que marcar su propio perfil para no aparecer como una fuerza auxiliar del PSOE que le sirve todos los días el desayuno como si fuera su mayordomo. El equilibrio no es fácil.

En todo caso, el talismán republicano de Iglesias toca aspectos medulares de la estructura del Estado constitucional. Y, desde luego, no está tan claro que el debate -que puede dar lugar a un simplismo muy maniqueo- sirva para amortiguar las tensiones. Puede que, incluso, las excite. Con el problema territorial convertido en un polvorín en Cataluña, con el tremendo desprestigio de la política, con los populismos a la vuelta de la esquina... es cuando menos muy discutible creer que el hipotético regreso de un modelo republicano en España en sí mismo pueda ser una garantía de estabilidad y de concordia democráticas.

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Sea o no un talismán eficaz, lo cierto es que Podemos se apunta a la emergencia de este sentimiento. Quizá lo haga para buscar un espacio a la izquierda de Pedro Sánchez y frenar la posibilidad de trasvase de voto a los socialistas. O para evitar la vuelta de una parte de sus electores a la abstención. O para seducir al voto joven. Los morados interpretan que este mensaje les permite conectar con el inconformismo heredado del 15-M y con el descontento de esa generación crecida en democracia, que no había nacido cuando la Carta Magna fue aprobada hace 40 años. Y, en su opinión, esta válvula de escape es la mejor garantía para que la extrema derecha no capitalice este hondo malestar.

Mientras Podemos se envuelve en la bandera tricolor, EH Bildu se va a aferrar al discurso de las pensiones para dar cobertura al previsible desacuerdo sobre los Presupuestos vascos. La izquierda abertzale toca hábilmente una tecla de evidente influencia social, que moviliza, para fustigar al PNV y, de paso, para competir con Elkarrekin Podemos. Es la otra batalla que está en juego.

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