Consumir es sumar
El oficio de vivir ·
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El oficio de vivir ·
En tiempos de aguda crisis que enfría los ánimos y encoge los bolsillos, lo 'pecaminoso' resulta ayunar gastosApartir de su inauguración hace poco más de medio siglo, los primeros grandes almacenes en suelo vasco se erigieron en símbolo de una modernidad cosmopolita que antes o después todo el mundo debía conocer. Para los que éramos niños, la visita a El Corte Inglés ... de Bilbao tuvo una intensidad comparable a la del crío al que llevan por primera vez a Eurodisney. O incluso superior dada nuestra mayor candidez generacional. Más aún si provenías de un medio humilde en el que todo gasto no básico se consideraba suntuario, donde la ropa se confeccionaba en casa o se heredaba de familiares y vecinos, educados a comer sin placer, ignorantes de la experiencia de viajar... Eso sí, con la honradez siempre por bandera. Un medio acostumbrado a hacer de la pobreza una virtud jansenista.
La sociedad de consumo no había entrado en nuestras cabecitas hasta que, tras un viaje en ferrocarril que se hizo interminable, llegamos a la flamante catedral del capitalismo cuyo pórtico nos introdujo en un mundo luminoso, mareante. También para los mayores el descubrimiento de los grandes almacenes operó una sacudida, en su caso con efectos en la cimentación moral. Su rictus entre gozoso y contrito, y sus vacilaciones, delataban confusión ante aquel cafarnaúm de géneros en torno a los cuales hormigueaba gente comprando sin recato y con obvio desdén por la frugalidad. ¡Habiendo tanto hambre y necesidad en el mundo...!
La tentación vivía arriba y abajo fluyendo por escaleras mecánicas como solo habíamos visto antes en el cine, por las que los chavales no paramos de subir y bajar a corriente y a contracorriente. Y en todas las plantas hallábamos algo que cosquilleaba nuestros deseos, y pedíamos en balde que nos lo comprasen. Hubo que conformarse con acariciar los juguetes con las retinas y con idearnos en la cabeza proyectos para cuando, ya mayores, pudiéramos gastar a mansalva.
Han pasado cincuenta años y la cultura del consumo se asienta hoy como pilar sobre el que se sostiene todo el edificio de nuestras economías. Ahora lo 'pecaminoso' resulta ayunar gastos, sobre todo en tiempos de aguda crisis que enfría los ánimos y encoge los bolsillos, lo que los entendidos denominan 'desaceleración de la demanda interna'. Quien teniendo y pudiéndoselo permitir no consume, sobre todo en su lugar de residencia, se comporta de forma insolidaria. Es el dinero una promesa de más dinero que si no circula acaba desvitalizándose y, a falta de esos glóbulos rojos, toda la sociedad se vuelve anémica.
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