
Ayer se cumplieron 52 años de la desaparición a manos de ETA de mi tío y padrino Humberto Fouz Escobero y de sus amigos Fernando ... Quiroga Veiga y Jorge García Carneiro. Para los que lean por primera vez sus nombres les diré que Humberto, Fernando y Jorge eran tres jóvenes trabajadores coruñeses (de 29, 25 y 23 años respectivamente) que a principios de los años 70 llegaron a Irun a trabajar. Humberto, seguramente por su gran facilidad para aprender idiomas, demostrada con creces en sus viajes por diferentes países de Europa, trabajaba en una empresa de transportes internacionales; Fernando, como agente de aduanas; Jorge, el último en llegar a Irun, aún no había encontrado trabajo. Un sábado, 24 de marzo de 1973, decidieron ir a pasar unas horas a Francia. Querían ver una película que la dictadura franquista había censurado. Al salir del cine se cruzaron en su camino unos etarras que creyeron que eran policías y que los secuestraron, torturaron, asesinaron e hicieron desaparecer.
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Hace dos años en el acto de homenaje organizado conjuntamente por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo y Gogora en Vitoria con motivo del 50 aniversario de su desaparición comencé mi intervención diciendo que ojalá pudiera creer durante unos instantes en almas que trascienden a la muerte, que ojalá pudiera creer, por unos segundos, en los fantasmas que Adolfo García Ortega imaginó visitándole y guiándole en la escritura de 'Una tumba en el aire'. Aunque seguía sin creer en ángeles ni en fantasmas, ni en cielos ni en infiernos, para ese emotivo homenaje decidí imaginarme creyendo y les escribí una carta que leí en ese acto.
Estos días, después de los últimos intentos fallidos para conseguir que nos digan lo que hicieron con sus cuerpos, me dirijo dirigirme públicamente a los que siguen callando. Quiero decirles que ante su silencio yo les acuso de cobardía, de miseria moral, de falta de humanidad... Acuso a quienes se siguen escondiendo tras los restos del muro de silencio, de ese muro que sus asesinos, sus cómplices y quienes les aplaudían y apoyaban, construyeron durante años, pero que las familias de Humberto, de Fernando y de Jorge logramos derribar hace ya décadas. A quienes siguen parapetados en las ruinas de ese muro, yo les digo que aunque nunca reconozcan la verdad jamás quedarán en el olvido.
Durante mucho tiempo he creído que quienes los asesinaron o quienes, sin ser los asesinos, saben dónde pueden estar los restos de Humberto y sus amigos, reconocerían algún día la verdad. He creído que con mis palabras podría convencerles de que demostraran un mínimo de humanidad, de que hicieran un ejercicio de empatía y se pusieran en el lugar de las hermanas de Humberto y de Fernando. No lo he conseguido. He pensado, seguramente de una forma candorosa, que pasado más de medio siglo desde aquel 24 de marzo de 1973, derrotada hace más de una década la banda terrorista ETA, estando algunos de sus asesinos y de los jefes de sus asesinos reinsertados, llegaría el momento de contar la verdad, de facilitar a mi madre el consuelo de saber lo que hicieron con el cuerpo de su hermano. Me equivoqué.
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En este 2025 he llegado al convencimiento de que seguramente no lo harán nunca. Nunca nos dirán dónde se deshicieron de sus restos. Les faltan agallas.
A los que siguen callando les digo que a pesar de su silencio cobarde no conseguirán el olvido. No hay olvido para sus asesinos. No hay olvido para su vileza. A pesar de la impunidad cualquiera que busque sus nombres los encontrará vinculados a la desaparición de tres jóvenes trabajadores que salían del cine de ver una película prohibida por la dictadura franquista.
Y no hay olvido para Humberto, Fernando y Jorge. Para ellos queda la memoria digna, la memoria limpia, en palabras de mi amiga Rafi Romero, la memoria doliente que busca justicia, en palabras de mi hermana Marta. La memoria de Humberto sigue viva de generación en generación. Desde mis abuelos hasta, de momento, sus bisnietos. Una memoria cargada de un amor infinito. La memoria de su calidad humana, del cariño y amor que repartía y recibía, de su inteligencia, de su carisma, de su dulzura, de su interés por conocer otras culturas, otros idiomas, de sus ansías de libertad, de su pacifismo...
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Como cantaba John Lennon en su 'Imagine': «Imagina que no hay países... Nada por lo que matar o morir... Imagina a todas las personas viviendo la vida en paz... Puedes decir que soy un soñador pero no soy el único».
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