En estos tiempos de buscar soluciones y no culpables de postcoronavirus y confinamientos y de pasos escalonados por fases hacia una normalidad averiada e inestable, en estas épocas de reflexión y valoración personal y colectiva donde la fragilidad del mundo que nos rodea(ba) hace ... tambalear principios que creíamos sólidos e imperecederos, la tolerancia y la solidaridad bien merecen motivo de consideración. En un anterior artículo versaba yo sobre ese desconocido principio de la fraternidad, deseando que recién venido se quedara, y añoro lo mismo para la decencia y la ética. Ojalá que la fraternidad, solidaridad y tolerancia paseen a pecho descubierto con mayor asiduidad e intensidad por nuestras vidas en tiempos de desescaladas.

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Nada bueno hay sin tolerancia ni decencia. Voltaire nació en París hace 313 años. Su talento y agudeza le convirtieron en alguien de extraordinaria popularidad. Comentarista de su tiempo, reportero de sí mismo y autor de 'Tratado sobre la Tolerancia', obra que sorprende por su claridad expositiva y su arrolladora valentía. Voltaire era un cortesano al uso de su época y tuvo que someterse a las reglas del despotismo, pero no dudó en enfrentarse a los problemas de una sociedad absolutista en transformación. Encarnó el arquetipo del pensador liberal adelantado a su tiempo. Valiente, agudo y audaz, defendió posturas contrarias al pensamiento único y oficial. Con ese espíritu escribió en 1763 este tratado con motivo de la muerte injusta de un honrado comerciante de Toulouse llamado Jean Calas debido a un 'error' judicial. Su error fue uno, pero grave: practicaba una religión distinta a la imperante. Jean Calas murió en el patíbulo por la intolerancia, la insolidaridad y la indecencia oficial; hoy hay todavía miles de Jean Calas en este mundo, víctimas de la misma intolerancia y necedad de siempre, víctimas de desafueros de todo tipo. Jean era protestante y alejado de cualquier fanatismo. Tenía un hijo que no podía llegar a ser abogado por faltarle un certificado de catolicidad que no pudo obtener y por lo que decidió terminar con su vida. Jean lo encontró ahorcado. Los gritos desgarrados del padre fueron oídos por los vecinos y el típico fanático imbécil decidió que Jean había colgado a su propio hijo; fue detenido, ejecutado y calumniado. No conoció solidaridad, fraternidad, ni tolerancia alguna. La ética junto a la decencia se le ausentó.

Hoy más que nunca la política nos es imprescindible para reforzar la fraternidad, solidaridad, ética y tolerancia e impulsar el humanismo social en nuestra sociedad. Una política proactiva de valores, sentido de responsabilidad y servicio. Tolerancia entendida como solidaridad, y viceversa, como garantía de igualdad de oportunidades, consenso y esfuerzo para hacer frente al reto que se nos presenta, confianza ciudadana, preservación de derechos fundamentales, políticas sociales rigurosas, serias y avanzadas, integración comunitaria, defensa de la seguridad, preservación de valores y formulación de nuevos proyectos colectivos. Tolerancia contrapuesta a la indiferencia para con el prójimo, al ego, al gregarismo y al miserable egoísmo. Se impone la política proactiva que apueste por una vida más justa, humana y de valores. Nadie marginado y solo en la cuneta. Nadie.

La verdad es un espejo roto, cada persona es un fragmento de ese espejo. El ejercicio tolerante de la política como servicio –lo diría Salvador Espriu– requiere ser capaces de recomponer ese espejo roto. Así, el bien común nos exige predisposición al entendimiento, al pacto y a la destreza inteligente, no a la miserable y cainita pelea de gallos imbéciles, ni aquí, ni allí. Seamos capaces, como diría Jackes Maritain, de hacer política desde la amistad cívica, superemos la confrontación con actitudes de diálogo desde sólidos fundamentos políticos, reconociendo que no todo lo que viene del adversario es negativo y rechazable, porque ideología no es dogma. Un modelo de sociedad postcoronavirus que parta del inmenso respeto a la persona. Con ética y sin mezquinos egos.

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Desterremos dogmas. Apelemos a la responsabilidad individual. Démonos la mano. Apostemos por aprender y que cuando todo pase no seamos de memoria frágil. Tan enemigo nos es el maldito virus como codicias, egoísmos, intolerancias, odios, ignorancias, egos miserables e insolidaridades. No hay futuro ni porvenir sensato sin tolerancia, fraternidad, solidaridad, ética y sentido común. Arrimemos hombros. Acompasemos remos. Apartémonos con decencia del 'sálvese quien pueda'. Antepongamos lo que nos une. Que el coraje tenga recompensa. Tengamos razón sin ser por ello derrotados. Sí saldremos entre todos. Aprendamos pues algo en esta desescalada. Una última e inevitable reflexión política; en Euskadi no nos libraremos del debate electoral más o menos disimulado mientras no se celebren unas muy necesarias elecciones autonómicas, mientras en España reina triste y vergonzantemente una falaz política cainita partidista y sectaria. Ánimo pues. Y aprendamos algo.

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