Covidiotas y selflipados

Aunque los patrocinadores aleguen que su propósito es provocar la reacción de negacionistas y refractarios a las vacunas –que son multitud en EE UU−, la macabra iniciativa transparenta un cinismo lúgubre que algunos psicólogos dan valor de válvula de alivio para una sociedad en profunda crisis. Añádase a esto que el exhibicionismo suicida va resultando tan rutinario que nos estamos insensibilizando: una persona muere accidentalmente cada 13 días, como media, al hacerse una autofoto desde emplazamientos vertiginosos (cataratas, cantiles, miradores, puentes o vías férreas). Mientras en algunos países suenan ya las alarmas ante la dimensión que cobra el problema, en cambio aquí se tiene por mero efecto colateral de la era digital aun cuando España ocupa un 'honroso' sexto puesto en producción mundial de 'selflipados' prestos a jugarse la vida por una foto estupefaciente. Pero, desde luego, hay algo más que pura inconsciencia.

Lo que esas actitudes temerarias ante los agentes patógenos o ante la ley de la gravedad parecen manifestar es una pulsión por escapar a lo anodino, por revitalizarse con experiencias límite que rompan con la uniformidad gregaria y conciten admiración. Ordalismo se ha llamado a las conductas de riesgo atribuidas tradicionalmente a los más jóvenes pero que hoy, en una sociedad adolescentizada, se están generalizando.

Imagen viene del latín 'imago', que en la antigua Roma era la máscara de cera mortuoria. Por tanto, el último selfi es la 'imago' de toda esa gente que perece absurdamente intentando cosechar 'me gusta', 'likes'; mendigando signos de afecto convertidos así, patéticamente, en un premio póstumo.