Entre la crónica y el cronicón
EL OFICIO DE VIVIR ·
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EL OFICIO DE VIVIR ·
En la historia existen 'años bisagra', pero no siempre rechinan poniéndonos en aviso sobre sus efectosA la pregunta de en qué época le hubiera gustado vivir, Miguel de Unamuno respondió que en la Edad Media o durante la Revolución francesa, ... aunque «todas las edades son medias y en todas hay revolución». Abundando en la paradoja, vale decir también que nunca estaremos del todo seguros si nuestra edad es 'media' o 'completa', ni cuándo una bronca callejera supone el inicio de una insurrección cataclísmica.
En la historia existen 'años bisagra', pero no siempre rechinan poniéndonos en aviso sobre sus efectos. Igual que nos pasa desapercibido el deslizamiento de las placas tectónicas bajo nuestros pies, salvo sacudidas, por un irrevocable 'diktat' vivimos ciegos –o cuanto menos anublados− frente a los movimientos de fondo que determinarán nuestra época. Solo la decantación del tiempo aclara las cosas y el mensaje cifrado de los siglos se vuelve inteligible. Parcialmente inteligible al menos, ya que la interpretación del pasado nunca está del todo cerrada.
Entre la crónica y el cronicón, entre la noticia y la efeméride, se extiende lo que en jerga militar se denomina 'no man's land', la tierra de nadie donde tienen su hábitat los zapadores encargados del desbrozo de los caminos hacia el conocimiento social. A su contacto aprendemos que la historia es, como el Mediterráneo de Braudel, «mil cosas a la vez». Echemos cuentas. La Edad Media nunca realizó la Ciudad de Dios; la autorrealización humana soñada por el Renacimiento se diluyó en la masificación; el optimismo ilustrado se marchitaría en la impotencia para dar con una explicación racional, absoluta y libre de paradojas sobre el funcionamiento del mundo; los ideales de la Revolución francesa anegaron de sangre el continente europeo; la técnica, tan promisoria de felicidad, engendró la proletarización, los totalitarismos y el desguace del medio natural; en fin, en el asalto a los cielos de las utopías del siglo XX nos dejamos los dientes de la inocencia política.
Pero esta visión trágica ha de contrastarse con su perfil luminoso. Pues la ceniza del mundo antiguo fertilizó el terreno para el fin de la esclavitud; de las aguas negras de la Edad Media emergieron las cumbres del Renacimiento; la idea de la tolerancia es hija de las interminables guerras de religión; y las catástrofes de los tiempos modernos han alumbrado unas sociedades justas e igualitarias como nunca anteriormente.
Unas veces nos disciplina y otras nos acuna, pero la historia, como la Tierra galileana, sin embargo se mueve; siempre se mueve.
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