Supongo que 'motu proprio', habrá gentes empeñadas en hacerse con un diccionario personal, y doy por seguro que la RAE contará con su propia investigadora ... para detectar y tomar nota de las intromisiones colonizadoras de muchos idiomas que pasan y repasan sus fronteras para practicar la conocida 'ley del cuco' que, como se sabe, consiste en poner su único huevo en nido ajeno que, para defenderse, es preciso que se haga con la lengua que usamos, «poner puertas y cerrojo al sepulcro del Cid, y mitigar en lo que se pueda otros idiomas cuando fueren menos o nada necesarios que, en llegando a este punto casi de pesadilla entre letras cancioneras y otros arrequives, cómo no acordarnos de aquel reto rubeniano de si '¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?'»; que casi me atrevo a añadir que igual que el griego en la Grecia de Homero y de Platón, o como el latín en la Roma de Ovidio o de Cicerón', pero sin ponerme tan traspuesto como Rubén confesando que 'He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros/ que habéis sido los fieles en la desilusión', más bien por incapaz de hilar el verso como el nicaragüense inimitable, y también porque se hace necesario rendirse a la evidencia.

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Con cierto asombro siento que aquello que dijo aquel otro de que 'hay otros mundos pero que están en éste', es una gran verdad que, a cada momento se nos está manifestando que dónde está aquel mundo que en un arrebato incontenible, fue como una niebla que todo lo anegara, pero que antes aún de que llegaran las sucesivas oleadas, la sexta esta última que desearíamos que fuese el despido definitivo, los cambios en nuestro día a día, como es natural que así fuera, cambiaron mucho a que cierto espíritu de costumbrismo esté presente en lo posible como hasta estos carnavales de ahora mismo están tratando de mantenerlos con la debida fuerza pese a tanto engorro y dificultades tantas para no perderse mediante juegos, deportividades y otras varias manifestaciones sociales. Y aunque nunca pudiérase ni siquiera dudar de que sigue siendo difícil conservar su memoria y persista el síndrome de lo efímero, de la banalidad hasta en lo relativo a este cuerpo en el que se nos encerró y de donde nos provienen las innumerables desgracias a las que ni la Medicina ha sabido encontrar remedio. Hace precisamente no más de unos cuantos días, que leía en la prensa noticias relativas a la revaloración o posible resurrección de la práctica de las sangrías, lo que me hizo recordar aquellas reflexiones que sobre este tema dejó escritas un tan viejo pero también eximio ensayista y tan pródigo polígrafo. El llamado Feijóo (Fray Benito Jerónimo (1676-1764), gran azotador de las falsías de la Medicina de su tiempo y que, en el I tomo de su 'Teatro crítico universal', incluye un extenso capítulo a esta materia y en el que, advirtiendo de antemano que 'no sé si será muy grato a los médicos este desengaño que doy al público de la incertidumbre de la Medicina' aporta apuntes extraídos del 'Traité de l'opinion', de Legendre, en los que se nos muestran las opiniones de figuras como las de Crisipo y Erasistrato 'a quien llama Macrobio el más ilustre de los médicos', que condenaban totalmente las sangrías, etc, etc. Viejos tiempos de los que más vale olvidarse, que de lo que no se puede desmemoriarse, por mucho que lo pretenda, es de su cuerpo el sumido en el dolor, que es precisamente en esta terrible encrucijada donde el pathos libra su inútil batalla con el logos, inútil la batalla tanto como la victoria o la misma derrota...

En viejos tiempos que, para desgracia, tan poco han cambiado sin que me sobrevenga el descarte (y pido perdón por la autocita), allá por 1966 cuando se publicó mi poemario 'Humano Animal', dejé escrito que: 'Me encerraron/ en la cárcel del animal;/ en la oscura,/ negra cárcel del hombre'. Y ahí sigo en una condena de por vida aun ahora que los códigos penales de muchos países debelaron y llegaron a proscribir la condena de por vida pese a los sumarios de los crímenes más perversos, que es desde estos espejos de la realidad humana de donde emergió y siguen emergiendo, los brotes más broncos o espirituales, más naturalistas o más líricos.

Recuerdo yo aquel viejo tiempo en que leía, a palo seco, hasta el mismo Diccionario de la RAE. También había otro ejercicio de lectura que pudiéramos llamar 'creativa'. Creativa y maravillosamente 'recreativa' al mismo tiempo, con páginas llenas de personajes que hacían que se hiciera un tanto difícil mantenerlos todos a porfía que era nada mas que el listín de teléfonos, pero esto fue mucho más tarde, cuando mi madre decidió costear el cable telefónico hasta la barriada en la que se asentaba nuestra casa. En el citado listín aprendí a dar paso a los distintos personajes para que fueran desplegando, algunas veces con voz solitaria y otras multitudinaria, educada o desvergonzada, humilde o altiva, suave o vociferante las distintas reivindicaciones o variados problemas.

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