Cumbre borrascosa

Emmanuel Macron, personaje que parece ir arrastrando una sombra de armiño a su paso, ha querido darse el moco en la antigua villa imperial, pionera del veraneo cosmopolita. Napoleón y Josefina abrieron camino en la entonces humilde población arrantzale, luego les imitó la bella y peleona Duquesa de Berry con toda su corte restauracionista, y ya plenamente de moda se puso con Napoleón III, 'Napoleón el Pequeño', como le bautizó Victor Hugo, junto con su esposa Eugenia de Montijo, quien mandó construir un suntuoso palacete donde hoy se alza el Hotel du Palais, amén de la bizantina capilla imperial de la Virgen de Guadalupe. Poco a poco, desde mediados del XIX, no hubo nombre del Gotha, ya fuera rey, emperador, príncipe o simple marquesillo, que se resistiese a los encantos de la localidad vasca.

De todo este abolengo y postín se ha querido ungir heredero Macron, a quien se alaba como hombre de cabeza privilegiada; pero ya se sabe que la inteligencia, igual que la estulticia, precisa de moderación. Como apuntara el señor de Montaigne, incluso los hombres de más elevado trono se sientan sobre su culo. Y también por ahí la cagan. Véase si no cómo es posible que seis caballeros y una dama estén discutiendo sobre el deterioro del medio ambiente provocando al mismo tiempo con su reunión un coste gigantesco en términos de huella ecológica, dados los desplazamientos, colas y saturaciones provocados. Todo un síntoma del principio de irrealidad que nos gobierna.

Cumbres borrascosas envuelven Biarritz y el País del Bidasoa durante el fin de semana. Y nos viene al recuerdo la celebración en ese mismo emplazamiento hace ahora setenta años del primer Festival de Cine Maldito animado por Jean Cocteau y algunos de sus amigos vascos. A la vista de las fotos de Boris Johnson y Donald Trump en la Grande Plage −¡vaya par de gemelos!−, y con el malestar popular impecablemente organizado por las autoridades, nadie negará que la situación ofrece argumento para una película de género espeluznante.