La reciente condena de los asesinos de Víctor Jara no tapa la injusticia y el intento de ocultamiento de las barbaridades que siguieron al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en el Chile de Salvador Allende. Lo que allí acaeció formaba parte ... del eje troncal de la política estadounidense de la época en un hemisferio sur en el que Washington veía cuestionado su poder e influencia incluso antes de la instauración del régimen comunista de Fidel Castro en Cuba.
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De ahí que el presidente John F. Kennedy cambiara de estrategia y presentara un programa (Alianza para el Progreso) similar al Plan Marshall, regado de miles de millones de dólares, con el que quiso atraer a las élites de dichos países convenciéndolas de que solo el modelo democrático y capitalista ofrecía esperanza y seguridad de superar el subdesarrollo en el que se encontraban.
Y he aquí que la coyuntura histórica que vivía Chile, donde la figura del marxista Salvador Allende se agigantaba por momentos, convirtiera a este país del cono sur americano en el arquetipo ideal, con instituciones de cierta fortaleza en una línea democrática prolongada y con alguien afín a los intereses estadounidenses que podía liderarla (Eduardo Frei Montalva), para ver la fiabilidad de lo planteado en la citada Alianza para el Progreso. El primer gran ensayo de ésta y los más de 1.500 millones que recibió el país, no dieron los frutos esperados, aunque Frei ganara las elecciones de 1964, y el presidente Lyndon B. Johnson la desechó definitivamente.
En las elecciones de 1970 Salvador Allende, tras tres intentos anteriores, llegó a la presidencia, iniciándose la vía chilena al socialismo, operativa en su ideario democrático, pero no en el ámbito económico donde las contradicciones internas y las presiones externas favorecieron la asonada militar liderada por el general Augusto Pinochet hoy hace medio siglo. Tanto éste como sus adláteres dedujeron, poco antes del pronunciamiento, que el gran proyecto refundacional por el que abogaban (Declaración de Principios del Gobierno de Chile, marzo de 1974) les permitiría aferrarse al poder y por ello no dudaron en acabar con Allende.
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Para ello contaron con la inestimable colaboración del Gobierno estadounidense de Richard Nixon que ya desde antes de su llegada al poder financió a la derecha chilena, introdujo armas a través de la valija diplomática de su Embajada en Santiago, ordenó a la CIA, dirigida por Richard Helms, que conspirase con generales chilenos para impedir la llegada de Allende... La conspiración urdida en Washington con la participación del presidente Nixon, su secretario de Estado, Henry Kissinger, y el citado director de la CIA dio forma al golpe «cívico-militar» que acabó con el Gobierno legalmente constituido.
La dictadura acabó con las políticas económicas de Allende y vio nacer un gran experimento económico que convirtió a Chile en el primer gran laboratorio neoliberal del planeta cuyos altísimos costos sociales fueron incrementándose desde la década de los 80 del pasado siglo hasta que 18 de octubre de 2019 estalló el país y sus calles. Este modelo de sociedad exageradamente neoliberal, impuesto violentamente por la dictadura, fue legitimado, consolidado y profundizado en los treinta años siguientes, concentrando la riqueza en grandes grupos económicos financieros, mineros, entre otros.
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La identificación y condena de algunos de los responsables de la destrucción de la democracia chilena y de la represión y asesinato de miles de personas es una labor ardua en la que se están dando pasos como demuestran las recientes condenas. Pero, al igual que ocurre siempre, la tarea más ardua y desagradable es la de luchar contra otra de las principales armas de los déspotas, los tiranos y los dictadores, el negacionismo de la realidad que ellos han generado.
Las tinieblas nefastas y funestas del 50 aniversario del golpe de Estado, con su indescriptible lastre de horror, miseria y muerte, se intentan ocultar tras una gran nube de negacionismo por los responsables de aquellos luctuosos hechos y sus descendientes. Se niega al otro, se extrae de su realidad vital, se desprecian sus avatares, carencias y necesidades, se adultera y falsifica lo histórico, lo privado y lo público mediante un lenguaje, utilizado como arma de la mentira, que aísla y aleja del entorno a unas víctimas que siempre molestan. Reaparecen las explicaciones embusteras y cínicas, los juicios y argumentos repetidos, la equiparación entre victimarios y víctimas, en fin, lo de siempre como muy bien sabemos aquí.
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