El culebrón Assange parece haber llegado a su fin. El fundador de WikiLeaks ha aceptado declararse culpable de un delito grave en un acuerdo con el Departamento de Justicia de EE UU y parece que el trágico folletín en que se convirtió su vida tras ... la publicación de los documentos clasificados que desenmascaraban las atrocidades estadounidenses termina tras múltiples vicisitudes. Desde hoy es un hombre libre (libertad bajo fianza), tras salir de la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh, después de 1.901 días, aunque ahora deba comparecer ante el tribunal de un Estado Libre Asociado de EE UU, el de las Islas Marianas (Pacífico occidental). En esta comparecencia se declarará culpable de asociación delictiva para obtener y difundir ilegalmente información confidencial de la defensa nacional estadounidense.
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Terminan así los años de inmisericorde persecución que ha llevado a cabo el Gobierno de EE UU contra un periodista cuyo popular sitio web de intercambio de información secreta lo convirtió en paradigma de la libertad de prensa, a pesar de la supuesta e interesada acusación de infringir leyes destinadas a proteger información delicada, lo que, también supuestamente, puso en peligro la seguridad nacional de la potencia norteamericana. WikiLeaks, creada por Assange en 2006, saltó a la fama cuatro años después, cuando publicó cientos de miles de documentos militares clasificados de EE UU (unos 700.000) sobre las guerras de Washington en Afganistán e Irak, que incluían cables diplomáticos e informes del campo de batalla, filtrados por Chelsea Manning.
Cinco publicaciones internacionales elegidas por Assange fueron las transmisoras de los cientos de miles de cables diplomáticos confidenciales: 'Der Spiegel', 'El País', 'Le Monde', 'The Guardian' y 'The New York Times'. La audiencia se celebra hoy desde las 9 de la mañana, si no hay cambios de última hora, en Saipán, y en ella será condenado a 62 meses de prisión, que ya ha cumplido con creces.
A partir de estos momentos, Assange podrá respirar con una cierta tranquilidad después de lo que ha sido no solo un castigo contra él, sino también, y de forma más sibilina, contra el periodismo independiente y de investigación, criminalizando la esencia misma de su quehacer. La persecución durante 14 largos años y la dureza de la cárcel de Belmarsh son un aviso a navegantes para intimidar y atemorizar cualquier iniciativa en el mismo sentido, a la par que una clara advertencia y amenaza a los medios de comunicación tradicionales, independientes, alternativos o surgidos gracias a las nuevas tecnologías, que publiquen filtraciones como las de WikiLeaks.
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Matar al mensajero y a la verdad siempre ha sido un fin de aquellos que no quieren miradas indiscretas sobre sus perversas y trágicas decisiones. Criminalizar el periodismo independiente y de investigación con juicios políticos como éste acallará denuncias de crímenes de Estado al margen de que sean ciertas, tal y como ocurre con las que publicó Assange, ya que EE UU nunca ha negado que lo fueran y ha tirado por otros derroteros para distraer dicha realidad.
La autenticidad y veracidad de los documentos es incontestable y, sin embargo, ninguno de los responsables de las masacres ha sido llevado ante la justicia ni condenado por ello. Era más fácil castigar a un mero transmisor de información al que altos cargos estadounidenses planearon secuestrar y asesinar en 2017 por revelar al mundo entero las estremecedoras evidencias del terrorismo sistemático que practica en numerosas ocasiones EE UU bajo la mirada cómplice, a la par que impotente, de la comunidad internacional. El proceder de Assange fue esencial para difundir informaciones amparadas en un uso artero e impostor del concepto de secreto de Estado.
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La liberación de Assange se ha convertido en una realidad gracias a una continuada campaña internacional sustentada en numerosos ciudadanos, en defensores de la libertad de prensa, en legisladores, en líderes de todo el abanico político y en la propia ONU. De este magma nacieron las condiciones para que el Departamento de Justicia de EE UU haya aceptado un acuerdo que nunca estuvo en sus planes.
Assange recupera su vida, o al menos una parte de ella, pero quien realmente ha ganado no ha sido él sino aquellos que lo acosaron y que forman parte de un universo que al amparo de la guerra contra el terrorismo se escapa del control democrático y lo socava desde dentro. El mensaje que esta decisión transmite es el de que, si se desafía a gobiernos y grupos de poder, cualesquiera que sean, la persecución, cuando no la eliminación, será la norma. La manipulación de la verdad, la mentira y la falsedad contaminan así unas sociedades en las que quienes luchen por que prevalezca dicha verdad serán acosados sin piedad y en la que surgirán nuevas formas de totalitarismo, como ya estamos comprobando con puntas del iceberg como esta.
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