¡Pasa Jare, pasa!

Si las portadas de un periódico reflejan los cambios de la sociedad, una de las últimas grandes revoluciones es la del deporte femenino, como abanderado de la igualdad. Y Gipuzkoa, palada a palada, se ha puesto en cabeza

David Taberna

Director de El Diario Vasco

Sábado, 6 de julio 2024, 02:00

Una portada de un periódico es básicamente una polaroid del momento. A veces su recorrido tiene patas cortas, otras, si las pasas todas rápido, resumen muy gráficamente los cambios que puede estar viviendo un colectivo, una sociedad. Suele ser un álbum bastante certero de una ... comunidad. Durante los 90 años de trayectoria de El Diario Vasco sus portadas han reflejado precisamente eso, los grandes cambios que Gipuzkoa y el mundo han vivido: la República, la dictadura, el asesinato de Kennedy, la llegada del hombre a la Luna, la democracia, el autogobierno vasco, el terrorismo, el euro y por supuesto todas las transformaciones sociales que ha vivido y vive un territorio. Si la portada de un periódico sigue siendo el reflejo de una sociedad frente al espejo, pocas transformaciones han sido tan profundas en tan poco tiempo como el camino hacia la igualdad y la revolución del deporte femenino en Gipuzkoa. Solo como ejemplo, en el último año las jugadoras de la Real, las campeonísimas del Bera Bera, las paladas de Maialen Chourraut, las miles de corredoras de la Behobia o las remeras de La Concha se han llevado la foto principal de más de una veintena de portadas. No solo por el compromiso de este medio con el deporte, sino porque, simple y llanamente, ellas eran la noticia.

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Los muros se derriban ladrillo a ladrillo y son muchas las deportistas que empuñaron el mazo en Gipuzkoa. Todas ellas fueron pioneras y miles recogen el testigo día a día, ya sea robando parte del patio del colegio a los chicos o conquistando ligas. Lo fue la primera corredora española en hacer una maratón –la tolosarra Lurdes Gabarain– y lo es la realista Nerea Eizagirre, que llenó La Romareda en mayo en la final de la Copa de la Reina.

Este suplemento no es un homenaje, es nuestra obligación de juntar esas polaroid y ofrecer la imagen más completa de todo lo que rodea al deporte femenino. Qué tiene Gipuzkoa, por qué hay tantas mujeres federadas, qué nos hace diferentes, cómo es la vida de las deportistas y también qué ocurre después, cuando se apagan los focos y cuelgan las botas.

Pero permítanme que me salga de la pista. Seguro que la mayoría de ustedes tiene grabado en su memoria algunos de los momentos claves de su infancia. En mi caso uno de esos días fue el 23 de mayo de 1987. Con apenas nueve años jugábamos la final de Copa de fútbol en el campo de Olibet de Errenteria. Tanda de penaltis, gol y victoria. Nos fuimos a un bar con nuestros padres a celebrarlo y bebimos Kas naranja del interior del trofeo. Nos sentimos héroes, un equipo, y lo fuimos durante años. Jugar era mucho más que meter gol: era sacrificio, disciplina, compañerismo, responsabilidad, madurez... El deporte, temporada tras temporada, te iba colocando en tu sitio también en la vida. Esa sensación es la misma que tengo cuando veo a mi hija Jare, también ahora con nueve años, jugar con su equipo de basket. La última vez en Ordizia. Al inicio de temporada cada jugadora iba a lo suyo. Ahora son un equipo, se ayudan, se colocan, entienden su posición en el grupo y se divierten. Cada minuto en la cancha es un minuto más sin móvil. Cada derrota o cada vez que fallan es una lección para la jugada siguiente, para el día siguiente, para las alegrías y las frustraciones del mañana. Eso es el deporte, masculino o femenino, un examen que te ayuda a modelar tu personalidad, a entender cómo vivir en sociedad. Por eso, cuando va directa a canasta, yo soy el padre cafre que luego le dice: ¡Pasa Jare, pasa!

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