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Los grandes acontecimientos marcan puntos de inflexión en la marcha de la historia. Por lo que concierne a España, el desastre naval de la Armada Invencible y la derrota terrestre de Rocroi supusieron el fin de la hegemonía europea buscada desde 1520 por Carlos V. ... Tres siglos más tarde, Trafalgar hizo inevitable la pérdida del imperio ultramarino, la cual, unida a los desastres de la Guerra de Independencia, determinó el retroceso del país a furgón de cola en la modernización europea. Al resto del mundo, la pírrica victoria de 1918 anunció la transferencia de la hegemonía británica a EE UU. Pero en todos los casos, los episodios críticos no fueron fruto de una generación espontánea, sino que vinieron a culminar un proceso donde el declive de una potencia se ve acompañada por el ascenso imparable de su competidora, con la economía al frente.
Conviene tener esto en cuenta para escapar a la búsqueda de factores subjetivos y, como consecuencia, a la de soluciones voluntaristas, en la actual crisis occidental y europea, provocada por la invasión de Ucrania. El sueño de que se abría «un nuevo siglo americano», alentado por los 'think tanks' neoconservadores tras la caída de la URSS, fue pronto sustituido por una pesadilla desencadenada tras el 11-S por el yihadismo. Ni los Bush ni Obama, no hablemos de Trump, lograron controlarlo y menos hacer realidad el proyecto inicial de exportación de la democracia, con comillas. Emblemas: Guantánamo y Abu Ghraib. Entre tanto, no solo es que el unipolarismo americano dejase de alcanzar notables resultados –en Yugoslavia, ilegalmente, después de Sbrenica, truncó el genocidio en Kosovo–, sino que paralelamente tenía lugar el regreso de los viejos imperios, dados por muertos y sepultados. Incluso el otomano con Erdogan.
A pesar de la penuria económica, la Rusia de Putin apostó por una política agresiva, de recuperación del espacio soviético perdido en 1991. Desde 2008 planteó un reto abierto a la OTAN, con el lógico desconcierto de la UE, confiada en la perennidad de la paz. Y al otro lado de Eurasia, China exhibía con éxito otro reto, el de la supremacía económica, que a partir de la llegada al poder de Xi Jinping asume una dimensión imperialista (y belicista) frente a Estados Unidos.
En la reunión de convergencia estratégica de Pekín, el 4 de febrero, Putin y Xi Jinping afirman, frente al monopolio de poder de EE UU, un falso 'multipolarismo', que a pesar del añadido de India para la galería es en la práctica un nuevo bipolarismo, una pinza con objetivos concretos: Ucrania y Taiwán. Y contenido político bien claro: el desafío de dos autocracias a las democracias occidentales. Marco perfecto para una guerra fría, con posibles derivas de mayor gravedad. Para Estados Unidos y Occidente (donde nos encontramos, mal que pese a algunos), pensando en la situación de hace veinte años, el empeoramiento es abismal.
En tales circunstancias, Europa queda inevitablemente atrapada. Cierto que cabe reprochar la falta de insistencia en un dificilísimo proceso de unificación. La impotencia ante la destrucción de Ucrania por Rusia remite también a otro error, subrayado por Josep Borrell: la vertiente militar desatendida, habida cuenta de las intenciones del vecino, declaradas en 2014. No obstante, a pesar de las armas nucleares de Reino Unido y de Francia, el desequilibrio es en este punto enorme. Solo queda el recurso a las armas económicas, afectadas sobre todo por la vulnerabilidad europea en cuanto al abastecimiento de gas.
Angela Merkel cometió el error de impulsar un nuevo gaseoducto que incrementaba la dependencia de Rusia y el Gobierno alemán encabeza el estatus quo sobre el gas. Otro tanto cabe decir del francés Macron, tras la ceremonia de humillación a que le sometió Putin, el de las largas mesas: ni siquiera ha conseguido que Total corte ya los intercambios con Moscú. Y la lógica imposibilidad de abrir la adhesión de Ucrania a la UE en plena guerra ha servido para que se disimulen negativas más hondas, entre ellas la de España. En suma, las condenas europeas son rotundas, mientras la solidaridad activa es vacilante de cara al esfuerzo bélico de Ucrania. Resulta impresentable seguir financiando la guerra de Putin, al mantener las importaciones de Rusia (Garicano). La Bolsa de Moscú lo ha entendido así. Consecuencia: antes o después, vencerá Putin.
La invasión de Ucrania es el espejo de una debilidad de Europa, a su vez consecuencia de la pérdida progresiva de peso económico en la jerarquía de la globalización. El resultado es la adopción de estrategias defensivas en todos los órdenes. A pesar de ello, la crisis llama a una mayor autonomía europea, pero siempre teniendo en cuenta sus decrecientes posibilidades y la consiguiente exigencia de apoyo en Estados Unidos. Una evocación: milité contra la OTAN en 1986; eran tiempos de Gorbachov, Reagan y la Thatcher, y ahora tenemos a Putin y Xi Jinping. Las cosas han cambiado; aquí y ahora es preciso aferrarse a esta contradictoria Europa y al marco occidental.
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