Declinando, que es gerundio
El oficio de vivir ·
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La decadencia europea es aún lo más atractivo que hay en el mundo como forma de vidaEntre los mandarines antiliberales es tópica la alusión a la decadencia de Occidente. Los Putin, Xi Jinping y demás ayatolas repiten como un mantra que nuestra civilización está en declive, de donde se infiere que allí alienta una forma de renacimiento llamada a florecer sobre ... las ruinas del viejo Oeste. Retóricamente puede que el mensaje cale en ciertas audiencias, pero queda por explicar cómo es que los desheredados de toda la tierra sueñan con llegar a «un mundo moribundo con costumbres obscenas», como nos ha definido el tal Medvédev. Más revelador si cabe: no solo no hay atisbo de columnas de emigrantes caminando esperanzadamente hacia Moscú o Pekín, sino que buena parte de su ciudadanía aspira a abandonar esas dictaduras con rumbo a nuestras sodomas y gomorras.
Lo explicaba no hace mucho Peter Sloterdijk: «Nada es atractivo en los estilos de vida de Rusia y China. Hasta la decadencia europea es aún lo más atractivo que hay en el mundo como forma de vida, seguida por lo que queda del sueño americano». Pues Europa «es débil, es intensiva en consumo y no muy buena en combate, no tiene ningún esplendor militar, pero es reina en estilo de vida».
Quizá por ello, el declive se ha convertido también en Occidente en un tópico de nuestro tiempo, pero —y esto es lo interesante— con valor federativo (lo comparten las opiniones públicas desde Estados Unidos a Francia, de Alemania a Gran Bretaña) e ideológicamente transversal: hay un 'declinismo' de derechas, nostálgico de la hegemonía e influencia de las viejas potencias coloniales, y otro de izquierdas añorante de utopías y valores en disolución por el individualismo y el neoliberalismo.
En la historia del sentimiento de decadencia, el caso español merece capítulo aparte como país pionero. Doctorados por siglos de experiencia mordiendo el polvo, generaciones de escolares se empaparon en el pormenor de las derrotas (Flandes, América, Filipinas, Marruecos, Guerra Civil...), así como en el deleite por el gran arte y la excelsa literatura pesimista (Siglo de Oro, Generación del 98). Tan metabolizada tenemos la conciencia del ocaso nacional que ello puede dar razón a Ortega cuando sostenía que «el español siente la vida como un universal dolor de muelas» (pintoresca teoría frisante con un 'existencialismo odontológico').
Bromas aparte, la decadencia es mal que hoy nos afecta a todos, ya vivamos aquí o en Sebastopol: lo notaremos en que cada vez más gente se pregunta '¿Qué va a pasar?' en vez de '¿Qué puedo hacer yo?'.
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