Ala democracia no le ha sentado bien el nuevo siglo. Frente a su aceptación general en las encuestas de hace veinte años, los porcentajes de confianza en la representación parlamentaria, en partidos políticos y en las elecciones han experimentado un descenso cada vez más acusado. ... Lo expresó el sociólogo belga David van Reybrouck en el libro titulado 'Contra la democracia', de 2016. Importaba su diagnóstico acerca del «cansancio de la democracia», la creciente desconfianza en su funcionamiento y en el propio sistema de la representación. El llamamiento 'Indignaos' de Stéphane Hessel en 2010 y la movilización madrileña del 15-M fueron sus expresiones más elocuentes.
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Antes eran ya evidentes los puntos débiles del sistema aplicando los criterios de la Grecia clásica. Faltaba isonomía; es decir, participación efectiva de los ciudadanos en el mecanismo de adopción de decisiones, secuestrado por la clase política. Y el control desde arriba de los medios de comunicación obstaculizaba la isegoría, el derecho a informar y ser informado. A modo de telón de fondo, la revolución tecnológica destruirá el mundo de seguridades en que se basaba la sociedad opulenta en Occidente hasta los años 70. Los vínculos tradicionales, de la sociabilidad al trabajo, quebraron y dieron paso a lo que Baumann llamó «una sociedad líquida». El hombre sin atributos de Musil pasó a ser el hombre sin asideros.
La quiebra de seguridad hizo inevitable su búsqueda mediante el recurso a la identidad (nacionalismos), en un abanico de soluciones cargadas de irracionalismo, tales como populismos y caudillismos a ellos ligados. Proporcionaban a los individuos salidas simples y maniqueas en lo imaginario ante una realidad compleja y hostil. Por su origen psicológico-social, ha sido una reproducción de lo experimentado en la crisis de entreguerras, con las sabidas consecuencias.
Por efecto de semejante evolución, los últimos diez años han contemplado la tendencia a transformar los «regímenes híbridos», con formas democráticas y restricción del pluralismo, como eran la monarquía marroquí –que conserva tal situación– o la semi-dictadura de Chávez, en dictaduras propiamente dichas en las que los elementos democráticos pasan a desempeñar un papel suntuario. El líder bolivariano se arriesgaba a perder un referéndum; para Maduro, su mando sigue igual tras haber perdido las elecciones a la Asamblea. Por su parte, la orientación personalista de Erdogan en Turquía abrió paso desde el golpe de 2016 a un régimen de encarcelamientos masivos, y violaciones de derechos humanos y de la libertad de expresión, aun hoy vigente. En cuanto a Putin, al éxito de su invasión de Georgia sucedió una política orientada a la restauración de la URSS y también de restricción de derechos desde su monopolio del poder, incluida la eliminación física de los adversarios políticos. Ante el fracaso de la 'revolución verde' iraní y, salvo en Túnez, de la 'primavera árabe', las consecuencias son conocidas: dictaduras militares en Egipto y Siria, aquí con una terrible guerra civil.
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Para las grandes potencias que experimentan esa marcha hacia la dictadura, su proyección exterior consistió en un imperialismo agresivo. El caso de la Rusia de Putin es paradigmático. A pesar de la mala situación económica, un amplio respaldo nacionalista en la opinión avala al exoficial de la KGB en su política exterior «restauracionista», anexionando territorio ucraniano en Crimea, más guerra de conquista de zonas rusófonas. Por eso no caerá Lukhachenko en Bielorrusia, y si cae es para ser sustituido por un peón anexionista de Putin. La lógica de Putin es la de la URSS en 1956 (Hungría) y 1968 (Praga): no más insurrecciones democráticas.
Por una vía muy diferente, el cierre democrático en Turquía registra también una correlación entre el tránsito a una dictadura personal y un expansionismo agresivo. Aquí es el reis, Erdogan, quien define un escenario casi mágico, donde el islamismo impregna la concepción prenazi de su maestro Ziya Gökalp, discípulo de Nietzsche que veía en los turcos al superhombre. En su vídeo de propaganda en agosto, Erdogan se presenta como reencarnación de los sultanes conquistadores de Bizancio (Alparslan, Mehmed II), y ahora toca imponerse a Grecia conquistando el gas del Mar Egeo, la «patria azul» turca. Un primer paso en la marcha hacia «la manzana roja» (Kizil elma), el lugar mítico desde donde Turquía impondrá la justicia universal islámica.
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Sin cambio de régimen, también el comunismo chino ha registrado un endurecimiento, cuyas primeras víctimas han sido los uigures y Hongkong. La economía es su arma imperialista, que ya alcanza a las Islas Salomón en el Pacífico, mientras en el interior ensaya las técnicas de una forma superior de tiranía, el orwelliano Estado de vigilancia universal para el control permanente de todo ciudadano.
Finalmente, el auge de las derivas autoritarias no solo afecta a los países que las sufren, sino también a aquellos que mantienen regímenes democráticos. En lo que concierne a Europa, la dinámica imperialista de sus vecinos, Rusia y Turquía, obligó a la UE a pasar de una optimista perspectiva de crecimiento (hasta 2014, previsible incorporación de Ucrania) a una suma de tácticas defensivas, como en el conflicto suscitado por Turquía en el Egeo o ante la crisis de Bielorrusia. Paralelamente en el interior de la Unión, el propio sentido integrador de la Unión, aun no resuelta la crisis del Brexit, tropieza con el autoritarismo imperante en Hungría y en Polonia. Y solo el resuelto liderazgo de Ángela Merkel ha permitido escapar, mediante la solidaridad colectiva, al riesgo de fractura provocado por la pandemia.
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La evolución interior de los regímenes democráticos tampoco invita al optimismo. De un lado, la pandemia ha impulsado las corrientes racistas y xenófobas de la ultraderecha. Es el caso de Francia, con la entrada en escena de un nuevo conservadurismo, de contenido crípticamente reaccionario, como el que encarna la revista 'Valeurs actuelles', próxima al presidente Macron. En Italia progresa la vertiente ultra de la derecha, los Fratelli d'Italia, con el señuelo de la anti-inmigración compartido con Salvini. A ello se suma lo que está dispuesto a hacer Donald Trump para no perder las elecciones presidenciales. Vulnera las reglas del juego y no acepta su eventual derrota, que sería de aquella América de fascismo wasp hondamente arraigado en la mentalidad social. La retrató hace más de medio siglo Arthur Penn en 'La jauría humana'.
Por lo que toca a España, esa extrema derecha crece, pero está limitada por el vacío estratégico del PP y su nueva crisis de corrupción. El Señor ha creado a Ayuso, a Abascal y al «diputado por Ávila» para perpetuar a Pedro Sánchez en el poder. Así, por errores ajenos ve triunfar su inmersión de la política en el marketing diseñado por Iván Redondo, de consecuencias autoritarias, en la información y en su rechazo del pluralismo. Con el capital político de los antiguos indignados puesto al servicio de la aventura personal de Pablo Iglesias, la democracia española sigue en pie de forma precaria.
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