Desescalada, desabalconada
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Velasco Ibarra, político ecuatoriano con sangre vasca, fue el modelo fetén de los 'caudillos balconeros'Se observa un progresivo abandono de los balcones. Desde que podemos pasear, pasamos menos tiempo asomados y a la fresca, amainan los aplausos en la atardecida y pierden protagonismo los saledizos que al inicio del confinamiento fueron adecentados y hasta amueblados en previsión de largas ... sentadas. La vida se rehace en el exterior público y se reorganiza en el interior privado en detrimento de esos voladizos intermedios.
El arquitecto Sáenz de Oíza, artífice del santuario de Arantzazu entre otros emblemáticos edificios, se decía nostálgico de la comunicación visual y verbal a través de los miradores. «La arquitectura popular ponía las flores y los pájaros para los vecinos, como muchos se vestían para los demás; había una cesión de los unos para los otros». Y lamentaba Oíza que hubieran caído en desuso con la entrada del televisor en el hogar y el recogimiento individualista: «El momento actual está clarísimo, las terrazas de las casas se usan para dejar los trastos viejos; es decir, los demás, hoy en día, no nos interesan, luego no somos seres sociales». De haber vivido este bimestre tan balconero, don Paco seguramente habría matizado sus palabras.
Leo que los balcones aparecen en el siglo XVI en Italia, lo que podría justificar la famosa 'escena del balcón' entre Romeo y Julieta que atrae a Verona a tantos turistas enamorados, si no fuera porque en realidad Shakespeare los hace conversar desde una ventana ('window'). Esta situación teatral será parodiada en Cyrano de Bergerac cuando el bello amante conquiste a su querida declamando versos que, emboscado, le apunta el poeta narizotas. Y es que el balcón rinde a la arquitectura lo que el postureo a la vida social. Reflejo de los gustos y necesidades de cada época, en la edad burguesa era signo de ostentación disponer tanto de mansión abalconada como de abono de balcón en el teatro. El caso era situarse como actor y espectador de la comedia humana, ver y dejarse ver por la comunidad.
La política, que tiende a ocupar todos los espacios de lo humano, también se ha asomado a este a través de la figura de los llamados 'caudillos balconeros'. El modelo histórico más fetén lo representa un animal político ecuatoriano con sangre vasca, José Mª Velasco Ibarra, cuyo éxito se basó en 'ventilar' sus ambiciones: «¡Denme un balcón y seré presidente!», prometía a sus huestes. Consiguió ser elegido cinco veces. Entre nosotros, tan modositos, no se estila el 'lehendakari balconero'; pero Urkullu apunta hacia la tercera.
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