A ver, ¿hay alguien que por desgracia tenga cáncer o un pariente cercano que lo padezca?». Unas pocas manos se alzaron entre el público que llenaba el salón de un hotel donostiarra. Alguna otra se sumó tras la advertencia del ponente: «Luego sabréis por qué, ... pero ya no habrá segunda oportunidad. ¿Nadie más?». Así comenzaba su charla el personaje de voz aflautada conocido como naturópata televisivo.

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En su disertación combinó datos supuestamente objetivos con vivencias personales no menos supuestas. Lo primero que destacó es que las terapias naturales y alternativas son tanto tradición como vanguardia. La prueba: «En la mayor potencia económica y científica, EE UU, cerca del 80% de la población las utiliza». Pasó por alto, claro, que sin un sistema de salud público, universal y de calidad a la gente humilde no le queda sino hacer de la necesidad virtud.

Se presentó como una especie de antropólogo empapado de la sabiduría ancestral de etnias y tribus remotas. Pero yo venía avisado por alguien que lo conocía bien: «Verás cómo os larga historietas sobre travesías por el desierto africano y exploraciones por el Amazonas. No te creas nada: es que una vez fue a una boda a Marruecos, y en cuanto a la selva solo la vio desde el avión rumbo a un resort». Tal cual: terminando la charla habló de su estancia entre indios amazónicos que le transmitieron arcanos remedios. Y alzando un canicón negruzco anunció de forma solemne: «Con este mineral ellos se curan el cáncer. A quienes levantaron la mano les voy a regalar una muestra». La sala entró en efervescencia, varias personas 'no inscritas' suplicaron poder participar del reparto pero él fue inflexible: «Ya dije que no habría segunda oportunidad. Lo siento». La escena, entre trágica y grotesca, me revolvió el estómago.

Han pasado más de veinte años y a estas alturas de la historia espanta aún ver tanto mercachifle sin escrúpulos vendiendo sustancias 'milagrosas' bien para curar o prevenir el Covid, bien para 'desvacunar' a quienes temen posibles secuelas de la inyección: a estos se les ofrece la posibilidad de 'limpiarse el cuerpo' ingiriendo dióxido de cloro (¡desinfectante de piscinas!), a 33 euros la botellita.

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Hay días, en fin, que uno suscribiría el barrunto pesimista del viejo Jonathan Swift: «Teniendo en cuenta la disposición natural de mucha gente a mentir y del gentío a la credulidad, me deja perplejo y desarmado esa máxima tan frecuente en boca de todo el mundo que asegura que 'La verdad acabará triunfando'».

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