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Las cifras convierten a España en la cuarta potencia de la Unión Europea, después de Alemania, Francia e Italia, eso es obvio. Durante bastantes años ... esta condición, agrandada por algunos líderes que ocuparon cargos importantes tanto en el Parlamento como en la Comisión, le concedía frecuente protagonismo. Esto ocurrió en un pasado no remoto. Incluso en los primeros tiempos del Gobierno de Pedro Sánchez, que tenía alguna experiencia en la burocracia comunitaria, se convirtió en una promesa entre los líderes con buenas perspectivas de futuro.
Pero esto fue cambiando conforme la democracia en España, que era exhibida como ejemplo para otros países, fue degradándose y el Gobierno con Sánchez a la cabeza, empezó a perder peso político en Bruselas hasta pasar a convertirse como un miembro sino conflictivo, imprevisible. La amplitud de relaciones con todos los países del mundo y la contribución ejemplar de las fuerzas armadas en el mantenimiento de la paz en varios conflictos empezaron a verse empañados por algunas decisiones graves al margen de la Unión.
El reconocimiento precipitado del Estado Palestino en medio de la guerra de Gaza al margen de las decisiones de los Veintisiete, la negativa en solitario a participar en la defensa del tráfico marítimo por el mar Rojo frente a los tutsis, la cesión unilateral del Sahara Occidental a Marruecos sin esperar a una solución negociada del problema y un largo etcétera, en el cual hay que incluir también la práctica ruptura de las relaciones con Israel con el correspondiente desaire a la política de los Estados Unidos, fueron algunas decisiones improvisadas que colocaron a España entre los miembros complicados.
No ha llegado, por fortuna, a los extremos de la Hungría de Erdogán, aunque hemos asistido a que se empezase a prescindir de su condición de cuarta potencia en algunas negociaciones del nivel más alto y a que su contribución solidaria ante grandes decisiones entrase en fase de duda. La crisis política que se vive en España, con un Gobierno de composición sub realista, y las tensiones que empañan la normalidad, no pasan inadvertidas en Bruselas, donde personajes como Puigdemont intoxican a la opinión desde su exilio y exterroristas e independentistas que negociaron apoyo del Kremlin, deterioran la imagen de libertad tan difícilmente recuperada tras la muerte de Franco.
Las últimas discrepancias, en este momento latentes, pasan por la financiación del incremento del gasto militar que el riesgo de una nueva guerra mundial impone y el Gobierno español, que comparte esa necesidad, choca con su constitución envuelta en contradicciones y especialmente con la oposición al desembolso necesario de algunos de los partidos integrantes de la coalición que mantiene, a Sánchez aferrado al poder más precario del continente y con más dificultades políticas para asumir ese compromiso. Basta con añadir que lleva dos años gobernando sin aprobar los presupuestos del Estado (Por lo cual ya fue condenado por el Europarlamento, y Sánchez intenta retrasar el compromiso hasta la cumbre de la OTAN en junio para seguir manteniéndose tres meses más en un poder que se le escapa por momentos.
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